Confesión de Dositeo II de Jerusalén

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Nota del traductor: Dedicado a todos mis hermanos ortodoxos de América Latina que están deseosos de aprender más de la fe ortodoxa. Así como el Patriarca Dositeo, yo los exhorto para que se mantengan fieles hasta el final. Estudien su fe y nunca se alejen de ella ni la dejen pervertir por los enemigos de la Iglesia.

Para los cándidos y amantes de la verdad, lo que se ha dicho será suficiente, o más bien, por así decirlo, más que suficiente para permitirles entender cuál es la doctrina de la Iglesia Oriental, y que ella nunca ha estado de acuerdo con los calvinistas en sus novedades (ni de hecho con ningún otro además de ella), ni ha reconocido a aquel que ellos sostienen que era de su partido, como tal. Sin embargo, para la completa refutación y desarraigo de los designios que se han formado, contrariamente a la gloria de Dios, contra los sagrados baluartes de nuestra religión ortodoxa, y, por así decirlo, para la completa demolición de las blasfemias contenidas en los pregonados capítulos, hemos creído oportuno exponer ciertas cuestiones y capítulos correspondientes en número a los escritos por pseudo-Cirilo, y diametralmente opuestos a los mismos, en los que, por así decirlo (como se ha supuesto muchas veces), ha afilado su lengua contra Dios, de modo que pueden ser llamados una refutación y corrección de los mencionados capítulos atribuidos a Cirilo. Y el orden que allí se observa se seguirá en estos que serán expuestos por nosotros, para que cada uno de los fieles pueda comparar, y juzgar de ambos, y conocer fácilmente la Ortodoxia de la Iglesia Oriental, y la falsedad de los herejes. Sin embargo, donde la necesidad lo requiera, omitiremos algunas cosas, o añadiremos otras que tiendan a la exacta comprensión del asunto. Y utilizaremos las palabras, las frases enteras y los períodos allí establecidos, para que no parezca que luchamos contra las palabras y las frases ortodoxas más que contra las novedades y los dogmas impíos.

Dositeo, por la misericordia de Dios, Patriarca de Jerusalén, a los que preguntan e investigan sobre la fe y el culto de los griegos — es decir, de la Iglesia de Oriente — cómo se piensa en cuanto a la fe ortodoxa en nombre de todos los cristianos sujetos a nuestro Trono Apostólico, y de los adoradores ortodoxos que residen en esta santa y gran ciudad de Jerusalén (con los que toda la Iglesia Católica está de acuerdo en todo lo que concierne a la fe), publica esta concisa Confesión como testimonio ante Dios y ante los hombres con una conciencia sincera y desprovista de toda disimulación.

DECRETO I

Creemos en un solo Dios, verdadero, Todopoderoso e infinito, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; el Padre no engendrado; el Hijo engendrado por el Padre antes de los siglos y consustancial a Él; y el Espíritu Santo que procede del Padre y es consustancial al Padre y al Hijo. A estas tres Personas en una sola esencia las llamamos la Trinidad Toda Santa, para que toda la creación la bendiga, glorifique y adore siempre.

DECRETO II

Creemos que las Divinas y Sagradas Escrituras son dadas por Dios; y, por lo tanto, debemos creer en ellas sin dudar; pero no de otra manera más que aquella en como la Iglesia Católica las ha interpretado y entregado. Esto debido a que toda herejía sucia acepta las Divinas Escrituras, pero las interpreta perversamente usando metáforas, homonimias y sofismas de la sabiduría humana, confundiendo lo que debe ser distinguido, y jugando con lo que no debe se debe jugar. Porque si aceptáramos las Escrituras de otra manera, teniendo cada hombre cada día un sentido diferente respecto a ellas, la Iglesia Católica no seguiría siendo, por la gracia de Cristo, la Iglesia hasta el día de hoy manteniendo la misma doctrina de la fe, y creyendo siempre idéntica y firmemente. Por el contrario, estaría dividida en innumerables partidos y sujeta a herejías. Tampoco sería la Santa Iglesia, columna y fundamento de la verdad, (1 Timoteo 3:15) sin mancha ni arruga; (Efesios 5:27) sino que sería la Iglesia de los malignos (Salmo 25:5) como es obvio que lo es la de los herejes, y especialmente la de Calvino, que no se avergüenza de aprender de la Iglesia para luego repudiarla inicuamente.

Por lo tanto, creemos que el testimonio de la Iglesia Católica no es de menor autoridad que el de las Divinas Escrituras porque siendo el mismo Espíritu Santo el autor de ambos, es lo mismo ser enseñado por las Escrituras que por la Iglesia Católica. Además, cuando un hombre habla por sí mismo, puede equivocarse, engañarse y ser engañado; pero la Iglesia Católica, como nunca ha hablado, ni habla por sí misma, sino por el Espíritu de Dios — que siendo su maestro, es siempre infalible — es imposible que se equivoque, ni que se engañe, ni que sea engañada; sino que, al igual que las Divinas Escrituras, es infalible y tiene autoridad perpetua.

DECRETO III

Creemos que el Dios bondadosísimo ha predestinado desde la eternidad a la gloria a los que ha elegido, y ha entregado a la condenación a los que ha rechazado; pero no de modo que justifique a los unos y consigne y condene a los otros sin causa ya que eso sería contrario a la naturaleza de Dios, que es el Padre común de todos, no hace acepción de personas, y quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Timoteo 2, 4). Sin embargo, como sabía de antemano que unos harían un uso correcto de su libre albedrío, y los otros un uso incorrecto, predestinó a unos y condenó a los otros. A su vez, entendemos el uso del libre albedrío de esta manera: que la gracia divina e iluminadora — y que llamamos gracia preventiva — siendo, como una luz para los que están en las tinieblas, por la bondad divina impartida a todos, a los que están dispuestos a obedecer esto — porque es de uso sólo para los dispuestos, no para los no dispuestos — y cooperar con ella, en lo que requiere como necesario para la salvación, hay consecuentemente concedido gracia particular. Esta gracia coopera con nosotros, y nos capacita, y nos hace perseverar en el amor de Dios, es decir, en la realización de aquellas cosas buenas que Dios quiere que hagamos, y que su gracia preventiva nos amonesta que hagamos, nos justifica, y nos hace predestinados. Pero los que no quieren obedecer y cooperar con la gracia y, por lo tanto, no observan las cosas que Dios quiere que hagamos, y abusan al servicio de Satanás del libre albedrío que han recibido de Dios para realizar voluntariamente lo que es bueno, son consignados a la condenación eterna.

Pero decir, como hacen los más perversos herejes y como se contiene en el capítulo de la Confesión de pseudo Cirilo al que responde esto, que Dios, al predestinar o condenar, no consideró en modo alguno las obras de los predestinados o condenados, sabemos que es profano e impío. Porque así la Escritura se opondría a sí misma, ya que promete al creyente la salvación por medio de las obras, y sin embargo supone que Dios es su único autor, por su única gracia iluminadora, que otorga sin obras precedentes, para mostrar al hombre la verdad de las cosas divinas, y enseñarle cómo puede cooperar con ella, si quiere, y hacer lo que es bueno y aceptable, y así obtener la salvación. No le quita el poder de querer, de querer obedecerle o no obedecerle.

Pero que afirmar que la Voluntad Divina es así únicamente y sin causa el autor de su condenación, ¿qué mayor difamación puede afirmarse sobre Dios? y ¿qué mayor injuria y blasfemia puede ofrecerse al Altísimo? Sabemos que la Deidad no es tentada por los males, (cf. Santiago 1:13) y que quiere igualmente la salvación de todos, ya que no hay acepción de personas con Él. Confesamos que para aquellos que por su propia elección malvada, y su corazón impenitente, se han convertido en vasos de deshonra, hay una condena justamente decretada. Pero del castigo eterno, de la crueldad, de la falta de piedad y de la inhumanidad, nunca, nunca decimos que Dios es el autor, quien nos dice que hay alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente. (Lucas 15:7) Lejos de nosotros, mientras tengamos nuestros sentidos, creer o pensar esto; y sometemos a un anatema eterno a quienes dicen y piensan tales cosas, y los consideramos peores que cualquier infiel.

DECRETO IV

Creemos que el Dios tripersonal, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo es el creador de todas las cosas visibles e invisibles. Lo invisible son las Potencias angélicas, las almas racionales y los demonios, -aunque Dios no hizo de los demonios lo que luego llegaron a ser por su propia elección-, y lo visible es el cielo y lo que está bajo el cielo. Como el Hacedor es bueno por naturaleza, hizo muy bueno todo lo que hizo (cf. Génesis 1:31), y no puede ser jamás el hacedor del mal. Pero si hay algún mal, es decir, el pecado, que se produce contrariamente a la voluntad divina, en el hombre o en el demonio, -pues no reconocemos que el mal esté simplemente en la naturaleza-, es o bien del hombre, o bien del demonio. Porque es una regla verdadera e infalible, que Dios no es de ninguna manera el autor del mal, ni puede en absoluto por un razonamiento justo ser atribuido a Dios.

DECRETO V

Creemos que todas las cosas, ya sean visibles o invisibles, son gobernadas por la providencia de Dios. Aunque Dios conoce las cosas malas y las permite, sin embargo, en cuanto a que son males, no es ni su artífice ni su autor. Cuando las cosas malas ocurren, pueden ser anuladas por la Bondad Suprema para algo benéfico, no como su autor, sino como injertando en ellas algo para lo mejor. Y debemos adorar, pero no curiosamente curiosear, la Divina Providencia en sus juicios inefables y sólo parcialmente revelados. (cf. Romanos 11:33) . Aunque lo que se nos revela en la Divina Escritura acerca de la providencia de Dios como conducente a la vida eterna, debemos buscar honestamente, y luego interpretar sin vacilación lo mismo de acuerdo con las nociones primarias de Dios.

DECRETO VI

Creemos que el primer hombre creado por Dios cayó en el Paraíso, cuando, despreciando el mandamiento divino, cedió al consejo engañoso de la serpiente. Y como resultado, el pecado hereditario fluyó a su posteridad; de modo que todo el que nace según la carne lleva esta carga, y experimenta los frutos de ella en este mundo presente. Pero por estos frutos y esta carga no entendemos como el pecado real, ya sea la impiedad, la blasfemia, el asesinato, la sodomía, el adulterio, la fornicación, la enemistad, y cualquier otra cosa que, por nuestra elección depravada, se cometa en contra de la Voluntad Divina, no por naturaleza. Porque muchos de los Antepasados y de los Profetas, y un gran número de otros, así como de aquellos bajo la sombra de la Ley, así como bajo la verdad del Evangelio, como el divino Precursor, y especialmente la Madre de Dios Verbo, la siempre Virgen María, no experimentaron estos pecados, o faltas similares. Sino sólo lo que la Justicia Divina infligió al hombre como castigo por la transgresión ancestral, como los sudores en el trabajo, las aflicciones, las enfermedades corporales, los dolores en el parto y, finalmente, mientras peregrinamos, vivir una vida laboriosa y, por último, la muerte corporal.

DECRETO VII

Creemos que el Hijo de Dios, Jesucristo, se despojó de sí mismo, (cf. Filipenses 2:7) es decir, que tomó en su propia persona carne humana, siendo concebido por el Espíritu Santo, en el vientre de la siempre Virgen María; y, haciéndose hombre, nació, sin causar ningún dolor o trabajo a su propia Madre según la carne, ni dañar su virginidad, padeció, fue sepultado, resucitó con gloria al tercer día, según las Escrituras, (cf. 1 Corintios 15:3,4) para haber subido a los cielos y estar sentado a la derecha de Dios Padre. A quien también esperamos para que juzgue a los vivos y a los muertos.

DECRETO VIII

Creemos que nuestro Señor Jesucristo es el único mediador, y que al darse a sí mismo como rescate por todos, ha hecho por medio de su propia Sangre la reconciliación entre Dios y los hombres, y que él mismo, teniendo cuidado de los suyos, es abogado y propiciador de nuestros pecados. No obstante, en nuestras oraciones y súplicas a Él, decimos que los Santos son intercesores, y, sobre todo, la Madre inmaculada del mismo Dios Verbo; asimismo, los santos Ángeles -que sabemos que están puestos sobre nosotros-, los Apóstoles, Profetas, Mártires, Puros, y todos los que Él ha glorificado por haberle servido fielmente. También contamos con los Obispos y Sacerdotes, que están alrededor del Altar de Dios, y hombres justos eminentes por su virtud. Aprendemos del Sagrado Oráculo que debemos orar los unos por los otros, y que la oración de los justos vale mucho, (Santiago 5:16) y que Dios escucha a los Santos más que a los que están empapados de pecados. Y no sólo se considera a los santos, mientras peregrinan, como mediadores e intercesores por nosotros ante Dios, sino especialmente después de su muerte, cuando, desaparecida toda visión reflexiva, contemplan claramente a la Santísima Trinidad, en cuya luz infinita conocen lo que nos concierne. Así como no dudamos de que los Profetas, mientras estaban en un cuerpo con las percepciones de los sentidos, sabían lo que se hacía en el cielo, y así predijeron lo que era futuro; así también que los Ángeles, y los Santos convertidos en Ángeles, conocen en la luz infinita de Dios lo que nos concierne, no lo dudamos, sino que lo creemos y lo confesamos sin vacilar.

DECRETO IX

Creemos que nadie puede salvarse sin fe. Por fe entendemos la noción correcta que hay en nosotros respecto a Dios y a las cosas divinas, la cual, obrando por amor, es decir, por la observancia de los mandamientos divinos, nos justifica con Cristo; y sin esta fe es imposible agradar a Dios.

DECRETO X

Creemos que lo que se llama, o más bien es, la Santa Iglesia Católica y Apostólica en la que se nos ha enseñado a creer, contiene en general a todos los Fieles en Cristo, que, estando todavía en su peregrinación, no han llegado aún a su hogar en el cielo de la Patria. Pero de ninguna manera confundimos esta Iglesia que peregrina con la que está en la Patria, porque puede ser, como dicen algunos herejes, que los miembros de ambas sean ovejas de Dios, el Pastor Principal, (cf. Salmo 94:7) y santificadas por el mismo Espíritu Santo. Porque confundir la Iglesia celestial y la terrenal es absurdo e imposible, ya que la una es todavía militante y está en camino; y la otra es triunfante y está asentada en la Patria y ha recibido el premio. Puesto que un hombre mortal no puede ser universalmente y perpetuamente la cabeza de esta Iglesia Católica, nuestro Señor Jesucristo mismo es la cabeza, y Él mismo sosteniendo el timón está al mando en el gobierno de la Iglesia a través de los Santos Padres. Y, por lo tanto, el Espíritu Santo ha nombrado a los Obispos como líderes y pastores sobre las Iglesias particulares, que son verdaderas Iglesias, y consisten en verdaderos miembros de la Iglesia Católica. Estas autoridades y cabezas no fueron nombradas por abuso, sino propiamente, y miran al Autor y Consumador de nuestra Salvación, (cf. Hebreos 2:10; 12:2) y refieren a Él lo que hacen en su calidad de cabezas.

Pero junto con sus otras impiedades, los calvinistas han imaginado también esto, que el simple Sacerdote y el Obispo son quizás lo mismo; y que no hay necesidad de Sumos Sacerdotes. Afirman que la Iglesia puede ser gobernada por algunos Sacerdotes, y que no sólo un Obispo, sino también un simple Sacerdote puede ordenar a un Sacerdote, y un número de Sacerdotes ordenar a un Sumo Sacerdote. Afirman en un lenguaje elevado que la Iglesia Oriental asiente a esta noción perversa — para lo cual el Décimo Capítulo fue escrito por Pseudo-Cirilo — declaramos explícitamente de acuerdo con la mente que ha obtenido desde el principio en la Iglesia Oriental:

Que la dignidad del Obispo es tan necesaria en la Iglesia, que sin él, no podría existir la Iglesia ni los cristianos ni se podría hablar de los tales. Porque él, como sucesor de los Apóstoles, habiendo recibido en sucesión continua por la imposición de manos y la invocación del Espíritu Santo la gracia que le es dada por el Señor de atar y desatar, es una imagen viviente de Dios en la tierra, y por una más amplia participación de la operación del Espíritu Santo, quien es el principal funcionario, es una fuente de todos los Misterios de la Iglesia Católica, a través de los cuales obtenemos la salvación.

Y es, suponemos, tan necesario a la Iglesia como el aliento al hombre, o el sol al mundo. También se ha dicho elegantemente por algunos en elogio de la dignidad del Sumo Sacerdocio, “Lo que Dios es en la Iglesia celestial de los primogénitos, (cf. Hebreos 12:23) y el sol en el mundo, que cada Sumo Sacerdote es en su propia Iglesia particular, ya que a través de él el rebaño es iluminado, y alimentado, y se convierte en el templo de Dios”. (cf. Efesios 2:21)

Es evidente que este gran misterio y dignidad del episcopado ha llegado hasta nosotros por una sucesión continuada. Porque, puesto que el Señor ha prometido estar siempre con nosotros, aunque está con nosotros por otros medios de gracia y operaciones divinas, sin embargo, de una manera más eminente nos hace suyos y habita con nosotros por medio del Obispo como principal funcionario y por medio de los divinos Misterios sacramentos se une a nosotros. El Obispo es el primer ministro, y el principal funcionario, a través del Espíritu Santo, y no permite que caigamos en la herejía. Por eso Juan de Damasco, en su Cuarta Epístola a los Africanos, dijo que la Iglesia Católica está en todas partes confiada al cuidado de los Obispos. Clemente, el primer obispo de los romanos, y Evodio en Antioquía, y Marcos en Alejandría, fueron sucesores reconocidos de Pedro. También se reconoce que el divino Andrés sentó a Estaquis en el Trono de Constantinopla, en su propio lugar; y que en esta gran ciudad santa de Jerusalén nuestro Señor mismo nombró a Santiago, y que después de Santiago otro le sucedió, y luego otro, hasta nuestros tiempos. Y, por lo tanto, Tertuliano en su Epístola a Papiano llamó a todos los obispos los sucesores de los Apóstoles. De su sucesión a la dignidad y autoridad de los Apóstoles da testimonio Eusebio, el amigo de Pánfilo, y todos los Padres, de los cuales es innecesario dar una lista. La costumbre común y antiquísima de la Iglesia Católica lo confirma.

Y que la dignidad del Episcopado difiere de la del simple Sacerdote, es obvio. Porque el Sacerdote es ordenado por el Obispo, pero un Obispo no es ordenado por un Sacerdote, sino por dos o tres Sumos Sacerdotes, como manda el Canon Apostólico. Y el Sacerdote es elegido por el Obispo, pero el Sumo Sacerdote no es elegido por los Sacerdotes o Presbíteros, ni es elegido por los Príncipes seculares, sino por el Sínodo de la Iglesia Primacial de ese país, en el cual está situada la ciudad que ha de recibir al ordenado, o al menos por el Sínodo de la Provincia en la cual ha de ser Obispo. O, si la ciudad lo elige, no lo hace absolutamente, sino que la elección se remite al Sínodo. Y si parece que ha sido elegido de acuerdo con los Cánones, el Obispo electo es ascendido por la ordenación de los Obispos, con la invocación del Espíritu Santo. Pero si no es así, se asciende a aquel a quien el Sínodo elija.

El simple Sacerdote, en efecto, conserva para sí la autoridad y la gracia del Sacerdocio, que ha recibido; pero el Obispo la imparte también a otros. Y el que ha recibido la dignidad del Sacerdocio de parte del Obispo, sólo puede realizar el Santo Bautismo, y la Unción con aceite, ministrar sacrificialmente el Sacrificio incruento*, e impartir al pueblo el Todo Santo Cuerpo y Sangre de nuestro Señor Jesucristo, ungir a los bautizados con el aceite del Crisma, coronar a los Fieles que se casan legalmente, orar por los enfermos, y para que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, (cf. 1 Timoteo 2:4) y especialmente por la remisión y el perdón de los pecados de los Fieles, vivos y muertos. Y si es eminente por su experiencia y virtud, recibiendo su autoridad del Obispo, dirige a los Fieles que acuden a él, y los guía por el camino para alcanzar el reino celestial, y es nombrado predicador del sagrado Evangelio.

El Obispo es también el ministro de todo esto, ya que es de hecho, como se ha dicho antes, la fuente de los Misterios Divinos y de las gracias, a través del Espíritu Santo, y sólo él consagra el aceite del Crisma. Y las ordenaciones de todas las órdenes y grados en la Iglesia son propias de él; y en un sentido primario y supremo él ata y desata, y su sentencia es aprobada por Dios, como el Señor ha prometido. (Mateo 16:19) Y predica el Sagrado Evangelio, y defiende la fe ortodoxa, y a los que se niegan a escuchar los expulsa de la Iglesia como paganos y publicanos, (cf. Mateo 18:17) y pone a los herejes bajo excomunión y anatema, y da su propia vida por las ovejas. (cf. Juan 10:11) De lo cual se desprende que, sin contradicción, el Obispo difiere del simple Sacerdote, y que sin él todos los Sacerdotes del mundo no podrían ejercer el pastorado en la Iglesia de Dios, ni gobernarla en absoluto.

Pero bien dice uno de los Padres, que no es fácil encontrar un hereje que tenga entendimiento. Porque cuando éstos abandonan la Iglesia, son abandonados por el Espíritu Santo, y no queda en ellos ni entendimiento ni luz, sino sólo oscuridad y ceguera. Porque si eso no les hubiera sucedido, no se habrían opuesto a las cosas más claras, entre las que se encuentra el verdadero gran misterio del episcopado, enseñado por la Escritura, escrito y atestiguado, tanto por toda la historia eclesiástica como por los escritos de los hombres santos, y siempre sostenido y reconocido por la Iglesia Católica.

DECRETO XI

Creemos que los miembros de la Iglesia Católica son todos los Fieles, y sólo los Fieles, que, habiendo recibido verdaderamente la Fe intachable del Salvador Cristo de Cristo mismo, y de los Apóstoles, y de los Santos Sínodos Ecuménicos, se adhieren a la misma sin vacilar, aunque algunos de ellos sean culpables de toda clase de pecados. Pues si los fieles, aun viviendo en pecado, no fueran miembros de la Iglesia, no podrían ser juzgados por ella. Pero ahora, siendo juzgados por ella, y llamados al arrepentimiento, y guiados en el camino de sus saludables preceptos, aunque puedan estar todavía contaminados por los pecados, por esto sólo, que no han caído en la desesperación, y que se adhieren a la fe católica y ortodoxa, son, y se consideran, miembros de la Iglesia Católica.

DECRETO XII

Creemos que la Iglesia Católica es enseñada por el Espíritu Santo. Porque él es el verdadero Paráclito; a quien Cristo envía desde el Padre, (cf. Juan 25:26) para enseñar la verdad, (cf. Juan 26:13) y para alejar las tinieblas de las mentes de los Fieles. La enseñanza del Espíritu Santo, sin embargo, no ilumina directamente a la Iglesia, sino que [lo hace] a través de los santos Padres y Líderes de la Iglesia Católica. Toda la Escritura es, y se llama, palabra del Espíritu Santo, no porque haya sido hablada directamente por Él, sino porque ha sido hablada por Él a través de los Apóstoles y Profetas. De la misma manera, la Iglesia es enseñada ciertamente por el Espíritu que da la vida, pero por medio de los santos Padres y Doctores (cuya regla se reconoce que son los Santos y Ecuménicos Sínodos; pues no dejaremos de decir esto diez mil veces); y, por lo tanto, no sólo estamos persuadidos, sino que profesamos como verdadero e indudablemente cierto, que es imposible que la Iglesia Católica se equivoque, o sea engañada, o que elija alguna vez la falsedad en lugar de la verdad. Porque el Espíritu Todopoderoso, operando continuamente a través de los santos Padres y Líderes que ministran fielmente, libra a la Iglesia de todo tipo de error.

DECRETO XIII

Creemos que el hombre no es justificado simplemente por la fe, sino por la fe que obra por el amor, es decir, por la fe y las obras. Pero la idea de que la fe puede cumplir la función de una mano que se aferra a la justicia que está en Cristo, y luego puede aplicarla a nosotros para la salvación, sabemos que está lejos de toda la Ortodoxia. Porque la fe así entendida sería posible en todos, y así ninguno podría perder la salvación, lo cual es obviamente falso. Pero, por el contrario, creemos más bien que no es el correlativo de la fe, sino la fe que está en nosotros, la que justifica por medio de las obras, con Cristo. Pero consideramos las obras no como testigos que certifican nuestra vocación, sino como frutos en sí mismos, por los que la fe se hace eficaz, y como meritorios en sí mismos, por las promesas divinas (cf. 2 Corintios 5:10) para que cada uno de los fieles reciba de acuerdo a lo que hace mientras está en el cuerpo, sea bueno o sea malo.

DECRETO XIV

Creemos que el hombre, al caer como consecuencia de la transgresión ancestral, se ha vuelto comparable y similar a las bestias; es decir, que se ha deshecho por completo y ha caído de su perfección e impasibilidad, pero sin perder la naturaleza y el poder que había recibido del supremamente buen Dios. De lo contrario, no sería racional y, por consiguiente, no sería humano. Por lo tanto, sigue teniendo la misma naturaleza en la que fue creado, y el mismo poder de su naturaleza, es decir, el libre albedrío, vivo y operante, de modo que es por naturaleza capaz de elegir y hacer lo que es bueno, y de evitar y odiar lo que es malo. Pues es absurdo decir que la naturaleza que fue creada buena por Aquel que es supremamente bueno carece del poder de hacer el bien ya que esto sería hacer que esa naturaleza fuera incapaz de hacer el bien. Eso sería hacer que esa naturaleza fuera mala, y ¿qué podría ser más impío que eso? Porque el poder de obrar depende de la naturaleza, y la naturaleza de su autor, aunque de manera diferente. Además, que el hombre es capaz por naturaleza de hacer lo que es bueno lo da a entender el mismo Señor diciendo que incluso los gentiles aman a los que los aman. (Mateo 5:46; Lucas 6:32) Pero esto es enseñado muy claramente por Pablo también, en Rom 2:14 y en otros lugares expresamente, diciendo en tantas palabras, “Los gentiles que no tienen Ley hacen por naturaleza las cosas de la Ley”. De lo cual se desprende también que el bien que un hombre puede hacer no puede ser verdaderamente pecado. Pues es imposible que lo que es bueno sea malo. Aunque, siendo hecho sólo por naturaleza y tendiendo a formar el carácter natural del que lo hace, pero no el espiritual, no contribuye por sí mismo a la salvación sin la fe, ni lleva a la condenación, pues no es posible que el bien, como tal, pueda ser causa del mal. Pero en el regenerado, lo que se realiza por la gracia y con la gracia, perfecciona al hacedor y lo hace digno de la salvación.

El hombre, por tanto, antes de ser regenerado, es capaz, por naturaleza, de inclinarse al bien, y de elegir y obrar el bien moral. Sin embargo, para que el regenerado haga el bien espiritual -pues las obras del creyente, que contribuyen a la salvación y son realizadas por la gracia sobrenatural, se llaman propiamente espirituales- es necesario que sea guiado y prevenido por la gracia, como se ha dicho al tratar de la predestinación. Por consiguiente, no es capaz por sí mismo de realizar ninguna obra digna de una vida cristiana, aunque tiene en su poder el querer o no querer cooperar con la gracia.

DECRETO XV

Creemos que hay en la Iglesia hay Misterios Evangélicos de la Dispensación del Evangelio, y que son siete. No tenemos en la Iglesia un número menor o mayor de Misterios, ya que cualquier número de Misterios que no sea siete es producto de la locura herética. Y los siete fueron instituidos en el Sagrado Evangelio, y se recogen del mismo, como los demás dogmas de la Fe Católica.

Porque, en primer lugar, Nuestro Señor instituyó el santo bautismo con las palabras: “Id y haced discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”; (Mateo 28:19) y con las palabras: “El que crea y se bautice se salvará, pero el que no crea se condenará”. (Marco 16:16)

Y el de la Confirmación, es decir, del Santo Myron o Santo Crisma, por las palabras: “Pero vosotros — quedaos en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto”. (Lucas 24:49) Con lo cual fueron investidos por la venida del Espíritu Santo, y esto significa el Misterio de la Confirmación; sobre lo cual Pablo también escribió en la Segunda Epístola a los Corintios, cap. 1, y Dionisio el Areopagita más explícitamente.

Y el Sacerdocio por las palabras: “Haced esto en mi memoria”; (Lucas 22:19) y por las palabras: “Todo lo que atéis y desatéis en la tierra será atado y desatado en los cielos”. (Mateo 18:18)

Y el Sacrificio incruento por las palabras: “Tomad, comed; esto es mi Cuerpo”; (Mateo 26:26; Marcos 14:22; y cf. Lucas 22:19; 1 Corintios 2:24) y, “Bebedlo todo; ésta es mi Sangre del Nuevo Testamento”; (Mateo 26:27; y cf. Marcos 14:24; Lucas 22:20; 1 Corintios 2:25) y por las palabras: “Si no coméis la Carne del Hijo del Hombre, no tenéis vida en vosotros”. (Juan 6:53)

Y el Matrimonio, cuando, habiendo recitado las cosas de las que se había hablado en el Antiguo Testamento, Él, por así decirlo, puso su sello en las palabras: “Los que Dios ha unido, no los separe el hombre”, (Mateo 19:6) y esto el divino Apóstol también lo llama un gran Misterio. (Efesios 5:32)

Y la Penitencia, a la que se une la confesión sacramental, por las palabras: “Si perdonáis los pecados a alguno, le serán perdonados; si retenéis los pecados a alguno, le serán retenidos”; (Juan 20:23) y por las palabras, “si no os arrepentís, pereceréis todos igualmente”; (Juan 20:23) y por las palabras, “si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente”. (Lucas 13:3,5)

Y por último, en el evangelio de San Marcos se habla del Óleo Santo o Aceite de Oración, (Marco 6:13) y el hermano del Señor lo atestigua expresamente. (Santiago 5:14)

Y los Misterios consisten en algo natural, y en algo sobrenatural; y no son simples signos de las promesas de Dios. Porque entonces no diferirían de la circuncisión, ¿qué podría ser peor que esa idea? Reconocemos que son, necesariamente, medios eficaces de gracia para los receptores. Pero rechazamos, como ajena a la doctrina cristiana, la idea de que la integridad del Misterio requiera el uso de la cosa terrenal, es decir, que dependa de su recepción; porque esto es contrario al Misterio de la Ofrenda, esto es, el Sacramento de la Eucaristía, que siendo instituido por el Verbo Substancial, y santificado por la invocación del Espíritu Santo, se perfecciona por la presencia de la cosa significada, específicamente, del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Y su perfeccionamiento precede necesariamente a su uso. Porque si no fuera perfecta antes de su uso, el que la recibe erróneamente no podría comer y beber juicio para sí mismo; (1 Corintios 11:26,28,29) ya que estaría participando de mero pan y vino. Pero ahora, el que participa indignamente come y bebe juicio para sí mismo; de modo que no en su uso, sino incluso antes de su uso, el Misterio de la Eucaristía tiene su perfección. Además, rechazamos como algo abominable y pernicioso la idea de que cuando la fe es débil la integridad del Misterio se ve afectada. Porque los herejes que renuncian a su herejía y se unen a la Iglesia Católica son recibidos por la Iglesia; aunque recibieron su Bautismo válido con debilidad de fe. Por lo tanto, cuando después se convierten en poseedores de la fe perfecta, no son bautizados de nuevo.

DECRETO XVI

Creemos que el Santo Bautismo, instituido por el Señor y conferido en nombre de la Santísima Trinidad, es de la más alta necesidad. Pues sin él nadie puede salvarse, como dice el Señor: “El que no nazca del agua y del Espíritu, no entrará en modo alguno en el Reino de los Cielos”. (Juan 3:5) Y, por lo tanto, el bautismo es necesario incluso para los niños ya que ellos también están sujetos al pecado ancestral y sin el bautismo, no pueden obtener su remisión. Esto lo demostró el Señor cuando dijo, no sólo de algunos, sino simple y absolutamente: “El que no nazca de nuevo”, que es lo mismo que decir: “Todos los que después de la venida de Cristo Salvador quieran entrar en el Reino de los Cielos deben ser regenerados.” Y como los infantes son personas, y como tales necesitan la salvación, necesitando la salvación necesitan también el Bautismo. Y los que no están regenerados, puesto que no han recibido la remisión del pecado hereditario, están, necesariamente, sujetos al castigo eterno, y en consecuencia no pueden salvarse sin el Bautismo. De modo que incluso los niños deben ser bautizados necesariamente. Además, los niños se salvan, como se dice en Mateo; (Mateo 19:12) pero el que no se bautiza no se salva. Y por consiguiente, incluso los infantes deben ser bautizados necesariamente. Y en los Hechos (Hechos 8:12; 16:33) se dice que todas las casas fueron bautizadas, y por consiguiente los infantes. De esto también dan testimonio explícito los antiguos Padres, y entre ellos Dionisio en su Tratado sobre la jerarquía eclesiástica; y Justino en su quincuagésima sexta Cuestión, que dice expresamente: “Y se les garantizan los beneficios del bautismo por la fe de los que los llevan al bautismo.” Y Agustín dice que es una tradición apostólica, que los niños se salvan por medio del Bautismo; y en otro lugar, “La Iglesia da a los bebés los pies de otros, para que vengan; y los corazones de otros, para que crean; y las lenguas de otros, para que prometan;” y en otro lugar, “Nuestra madre, la Iglesia, les proporciona un corazón particular.”

Ahora bien, la materia del bautismo es agua pura, y ningún otro líquido. Y es realizado por el Sacerdote solamente, o en un caso de necesidad inevitable, por otro hombre, siempre que sea Ortodoxo, y tenga la intención apropiada para el Bautismo Divino. Y los efectos del bautismo son, para hablar de manera concisa, en primer lugar, la remisión de la transgresión hereditaria, y de cualquier pecado de cualquier tipo que el bautizado pueda haber cometido. En segundo lugar, lo libera de la pena eterna, a la que estaba expuesto, tanto por el pecado original como por los pecados mortales que pudiera haber cometido individualmente. En tercer lugar, da a la persona la inmortalidad, pues al justificarla de los pecados pasados, la convierte en templo de Dios.

Y no puede decirse que haya algún pecado que se haya cometido previamente y que permanezca, aunque no se impute, que no sea lavado por el bautismo, pues eso sería en verdad el colmo de la impiedad, y una negación, más que una confesión de piedad. En efecto, todo pecado existente o cometido antes del bautismo es borrado y debe considerarse como nunca existente o cometido. Las formas del bautismo, y por otra parte todas las palabras que preceden y que perfeccionan el bautismo, indican una limpieza perfecta. Y lo mismo significan incluso los mismos nombres del bautismo. Porque si el Bautismo es por el Espíritu y por el fuego, (Mateo 3:11) es obvio que es en todo una limpieza perfecta; porque el Espíritu limpia perfectamente. Si es luz, (Hebreos 6:4) disipa las tinieblas. Si es regeneración, (Tito 3:5) las cosas viejas han pasado. ¿Y qué son éstas sino pecados? Si el bautizado se despoja del viejo hombre, (Colosenses 3:9) también el pecado. Si se reviste de Cristo, (Gálatas 3:27) entonces en efecto se libera del pecado por medio del bautismo. Porque Dios está lejos de los pecadores. Esto también lo enseña Pablo más claramente, diciendo: “Así como por un [hombre] fuimos hechos pecadores, por uno somos hechos justos”. (Romanos 5:19) Y si somos justos, entonces estamos libres de pecado. Porque no es posible que la vida y la muerte estén en la misma persona. Si Cristo murió verdaderamente, entonces la remisión de los pecados por medio del Espíritu también es verdadera. Por lo tanto, es evidente que todos los que son bautizados y se duermen siendo niños son indudablemente salvos, siendo predestinados por la muerte de Cristo. Ya que están libres de todo pecado -sin el común, porque fueron liberados de él por el divino lavatorio, y sin ninguno propio, porque como bebés son incapaces de cometer pecado- y, por consiguiente, se salvan. Además, el Bautismo imparte un carácter indeleble, como lo hace también el Sacerdocio. Porque así como es imposible que alguien reciba dos veces el mismo orden del Sacerdocio, así también es imposible que alguien que haya sido bautizado correctamente, sea bautizado de nuevo, aunque caiga en una miríada de pecados, o incluso en la apostasía real de la Fe porque cuando está dispuesto a volver al Señor, recibe de nuevo, por medio del Misterio de la Penitencia, la adopción de un hijo, que había perdido.

DECRETO XVII

Creemos que el Misterio Todo Santo de la Sagrada Eucaristía, que hemos enumerado arriba en cuarto lugar por orden, es el que Nuestro Señor entregó en la noche en que se entregó por la vida del mundo. Porque tomando el pan, y bendiciendo, dio a sus Santos Discípulos y Apóstoles, diciendo: “Tomad, comed; esto es mi Cuerpo”. (Mateo 26:26) Y tomando el cáliz, y dando gracias, dijo: “Bebed todos de él; ésta es mi Sangre, que por vosotros se derrama, para remisión de los pecados”. (Mateo 26:28)

En la celebración de esto creemos que el Señor Jesucristo está verdaderamente presente. No está presente de manera típica, ni figurada, ni por una gracia sobreabundante, como en los otros Misterios, ni por una mera presencia, como algunos de los Padres han dicho respecto al Bautismo, o por impanación, de modo que la Divinidad del Verbo se une al pan expuesto de la Eucaristía hipostáticamente, como los seguidores de Lutero suponen de manera muy ignorante y miserable, sino que está presente verdadera y realmente, de modo que después de la consagración del pan y del vino, el pan es transmutado, transubstanciado, convertido y transformado en el verdadero Cuerpo mismo del Señor, que nació en Belén de la siempre Virgen, fue bautizado en el Jordán, padeció, fue sepultado, resucitó, fue recibido en lo alto, está sentado a la derecha del Dios y Padre, y ha de volver en las nubes del Cielo; y el vino es convertido y transubstanciado en la verdadera Sangre misma del Señor, que al colgar en la Cruz, fue derramada por la vida del mundo. (Juan 6:51)

Además, creemos que después de la consagración del pan y del vino, ya no queda la sustancia del pan y del vino, sino el Cuerpo mismo y la Sangre del Señor, bajo la especie y la forma del pan y del vino; es decir, bajo los accidentes del pan.

Además, que el Cuerpo mismo y la Sangre del Señor, totalmente puros, se imparten y entran en la boca y en el estómago de los comulgantes, sean piadosos o impíos. Sin embargo, transmiten a los piadosos y dignos la remisión de los pecados y la vida eterna; pero para los impíos e indignos conllevan la condenación y el castigo eterno.

Además, reconocemos que el Cuerpo y la Sangre del Señor son separados y divididos por las manos y los dientes, aunque sólo en apariencia, es decir, en los accidentes del pan y del vino, bajo los cuales son visibles y tangibles; pero en sí mismos permanecen completamente inseparables e indivisos. Por lo que la Iglesia Católica dice también: “Es fraccionado y distribuido Aquél que es partido mas no dividido; siempre es comido y jamás consumido, mas santifica a los que de Él participan”, es decir, dignamente.

Además, que en cada parte, o en la más pequeña división del pan y del vino transmutados no hay una parte del Cuerpo y de la Sangre del Señor -pues decirlo sería blasfemo e inicuo-, sino todo el Señor Cristo substancialmente, es decir, con su Alma y Divinidad, o sea, Dios perfecto y hombre perfecto. De modo que, aunque haya muchas celebraciones en el mundo a una misma hora, no hay muchos Cristos, o Cuerpos de Cristo, sino que es uno y el mismo Cristo el que está verdadera y realmente presente; y su único Cuerpo y su Sangre están en todas las diversas Iglesias de los Fieles;y esto no porque el Cuerpo del Señor que está en los Cielos descienda sobre los Altares; sino porque el pan de la Prótesis* expuesto en todas las diversas Iglesias, al ser cambiado y transmutado, se convierte, y es, después de la consagración, uno y el mismo con el que está en los Cielos. Porque es un solo Cuerpo del Señor en muchos lugares, y no muchos; y por lo tanto este Misterio es el más grande, y se habla de él como maravilloso, y comprensible sólo por la fe, y no por los sofismas de la sabiduría del hombre; cuya vana e insensata curiosidad en las cosas divinas rechaza nuestra piadosa y divina religión.

Además, que el Cuerpo mismo del Señor y la Sangre que están en el Misterio de la Eucaristía deben ser honrados de la manera más elevada, y adorados con latría. Pues una es la adoración de la Santísima Trinidad y del Cuerpo y la Sangre del Señor. Además, es un Sacrificio verdadero y propiciatorio ofrecido por todos los ortodoxos, vivos y muertos; y en beneficio de todos, como se establece expresamente en las oraciones del Misterio entregado a la Iglesia por los Apóstoles, de acuerdo con el mandato que recibieron del Señor.

Además, que antes de su uso, inmediatamente después de la consagración y después de su uso, lo que está reservado en los Sagrados Píxeles para la comunión de los que van a morir es el verdadero Cuerpo del Señor, y no difiere en lo más mínimo de él; de modo que antes de su uso después de la consagración, en su uso y después de su uso, es en todos los aspectos el verdadero Cuerpo del Señor.

Además, creemos que con la palabra “transubstanciación” no se explica el modo en que el pan y el vino se transforman en el Cuerpo y la Sangre del Señor, pues eso es totalmente incomprensible e imposible, salvo por Dios mismo, y quienes imaginan hacerlo están envueltos en la ignorancia y la impiedad, — sino que el pan y el vino, después de la consagración, no son típicos, ni figurados, ni por gracia sobreabundante, ni por la comunicación o la presencia de la sola Divinidad del Unigénito, transmutados en el Cuerpo y la Sangre del Señor; ni ningún accidente del pan o del vino, por ninguna conversión o alteración, se transforma en ningún accidente del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, sino que verdaderamente, y realmente, y sustancialmente, el pan se convierte en el verdadero Cuerpo mismo del Señor, y el vino en la Sangre misma del Señor, como se ha dicho anteriormente.

Además, este Misterio de la Sagrada Eucaristía no puede ser realizado por ningún otro, sino sólo por un Sacerdote Ortodoxo, que haya recibido su sacerdocio de un Obispo Ortodoxo y Canónico, de acuerdo con la enseñanza de la Iglesia Oriental. Esta es compendiosamente la doctrina, y la verdadera confesión, y la más antigua tradición de la Iglesia Católica respecto a este Misterio; que no debe ser apartada de ninguna manera por aquellos que quieren ser ortodoxos y que rechazan las novedades y vanidades profanas de los herejes. No obstante, la tradición de la institución debe mantenerse íntegra e intacta. A los que transgredan, la Iglesia Católica de Cristo los rechaza y anatematiza.

DECRETO XVIII

Creemos que las almas de los que han dormido están en reposo o en tormento, según lo que cada uno haya hecho; pues cuando se separan de sus cuerpos, parten inmediatamente o bien a la alegría, o bien a la tristeza y al lamento; aunque confesadamente ni su goce ni su condenación son completos. Pues después de la resurrección común, cuando el alma se une al cuerpo con el que se ha comportado bien o mal, cada uno recibirá la culminación del goce o de la condenación.

Y las almas de los implicados en pecados mortales, que no han partido en la desesperación, sino que, viviendo aún en el cuerpo, aunque sin dar frutos de arrepentimiento, se han arrepentido -derramando lágrimas, arrodillándose mientras velaban en las oraciones, afligiéndose, aliviando a los pobres y, finalmente, mostrando con sus obras su amor a Dios y al prójimo, y que la Iglesia Católica ha llamado desde el principio, con razón, satisfacción-, sus almas parten al Hades, y allí soportan el castigo debido a los pecados que han cometido. Sin embargo, tienen conciencia de su futura liberación de allí, y son liberadas por la Suprema Bondad, mediante las oraciones de los Sacerdotes, y las buenas obras que los familiares de cada uno hacen por sus Difuntos; especialmente el Sacrificio incruento que beneficia a los más; que cada uno ofrece particularmente por sus familiares que se han dormido, y que la Iglesia Católica y Apostólica ofrece diariamente por todos por igual. Por supuesto, se entiende que no sabemos el momento de su liberación. Sabemos y creemos que hay una liberación para los mismos de su funesta condición, y eso antes de la resurrección y el juicio comunes, pero cuándo no lo sabemos.

PREGUNTA #1

¿Deben las Divinas Escrituras ser leídas en lengua vulgar por todos los cristianos?

No, porque toda la Escritura es divinamente inspirada y provechosa (cf. 2 Timoteo 3:16), sabemos, y necesariamente, que sin la Escritura es imposible ser ortodoxo en absoluto. Sin embargo, no deben ser leídas por todos, sino sólo por aquellos que con la debida investigación han indagado en las cosas profundas del Espíritu, y que saben de qué manera deben ser escudriñadas, y enseñadas, y finalmente leídas las divinas Escrituras. Pero a los que no son tan disciplinados, o que no saben distinguir, o que sólo entienden literalmente, o de cualquier otra manera contraria a la Ortodoxia lo que contienen las Escrituras, la Iglesia Católica, conociendo por experiencia el daño que puede causar, les prohíbe leer la Escritura. En efecto, a todo ortodoxo le está permitido oír las Escrituras, para creer con el corazón para la justicia, y confesar con la boca para la salvación (Romanos 10:10). No obstante, la lectura de algunas partes de las Escrituras, y especialmente del Antiguo Testamento, está prohibida por estas y otras razones similares. Pues es lo mismo prohibir a las personas indisciplinadas la lectura de todas las Sagradas Escrituras, que exigir a los niños que se abstengan de las carnes fuertes.

PREGUNTA #2

¿Son claras las Escrituras para todos los cristianos que las leen?

Si las Escrituras Divinas fueran claras para todos los cristianos que las leen, el Señor no habría ordenado a los que desean obtener la salvación que las escudriñen; (Juan 5:39) y Pablo habría dicho sin razón que Dios había puesto el don de la enseñanza en la Iglesia; (1 Corintios 13:28) y Pedro no habría dicho de las Epístolas de Pablo que contenían algunas cosas difíciles de entender. (2 Pedro 3:16) Es evidente, por lo tanto, que las Escrituras son muy profundas, y su sentido elevado; y que necesitan de hombres doctos y divinos para buscar su verdadero significado, y un sentido que sea correcto, y acorde con toda la Escritura, y con su autor el Espíritu Santo.

Ciertamente, los que son regenerados en el bautismo deben conocer la fe relativa a la Trinidad, la encarnación del Hijo de Dios, su pasión, resurrección y ascensión a los cielos. Sin embargo, lo que se refiere a la regeneración y al juicio -por lo que muchos no han dudado en morir- no es necesario, sino imposible, que conozcan lo que el Espíritu Santo ha hecho evidente sólo a los que están disciplinados en la sabiduría y la santidad.

PREGUNTA #3

¿Qué libros son llamados “Sagrada Escritura”?

Siguiendo la regla de la Iglesia Católica, llamamos Sagrada Escritura a todos los que el pseudo Cirilo Lucaris recogió del Sínodo de Laodicea, y enumeró, añadiendo a la Escritura los que necia e ignorantemente, o más bien maliciosamente, llamó Apócrifos; concretamente, “La Sabiduría de Salomón”, “Judit”, “Tobías”, “La Historia del Dragón”, “La Historia de Susana”, “Los Macabeos” y “La Sabiduría del Sirácida”. Pues juzgamos que éstos también son, junto con los demás libros genuinos de la Divina Escritura, partes genuinas de la misma, porque la antigua costumbre, o más bien la Iglesia Católica, que nos ha entregado como genuinos los Sagrados Evangelios y los demás libros de la Escritura, sin duda ha entregado también éstos como partes de la Escritura, y la negación de éstos es el rechazo de aquéllos. Y si, tal vez, parece que no siempre todos ellos han sido considerados al mismo nivel que los demás, sin embargo, éstos también han sido contados y contabilizados con el resto de la Escritura, tanto por los Sínodos como por muchos de los más antiguos y eminentes Teólogos de la Iglesia Católica. Todos ellos los juzgamos también como libros canónicos y los confesamos como Sagrada Escritura.

PREGUNTA #4

¿Cómo debemos pensar de los Santos Iconos y de la adoración de los santos?

Puesto que los santos son reconocidos como intercesores por la Iglesia Católica Ortodoxa, tal cual como se ha dicho en el Octavo Decreto, es el momento de decir que los honramos como amigos de Dios, y como que rezan por nosotros al Dios de todos. El honor que les rendimos es doble. Según una manera que llamamos hiperdulia honramos a la Madre de Dios Verbo. Porque, aunque la Theotokos es sierva del único Dios, también es su madre, ya que ha dado a luz a uno de los miembros de la Trinidad. Por eso también se le canta como algo incomparable, así como por encima de todos los ángeles y santos. Por eso le rendimos la más alta veneración de la hiperdulía.

No obstante, según la otra manera que llamamos dulia, veneramos (o más bien honramos) a los santos Ángeles, Apóstoles, Profetas, Mártires y, finalmente, a todos los Santos. Además, veneramos y honramos el madero de la Cruz Preciosa y Vivificante en la que nuestro Salvador sufrió esta pasión salvadora del mundo, y el signo de la Cruz Vivificante, el Pesebre de Belén, por el que hemos sido liberados de la irracionalidad, el lugar del Gólgota de la Calavera, el Sepulcro Vivificante, y los demás objetos sagrados de adoración; así como el libro de los Santos Evangelios, como los vasos sagrados por los que se realiza el Sacrificio incruento. Y por medio de conmemoraciones anuales, y fiestas populares, y edificios sagrados y ofrendas, respetamos y honramos a los Santos. Y luego veneramos, honramos y besamos los iconos de nuestro Señor Jesucristo, y de la Santísima Theotokos, y de todos los Santos, también de los Santos Ángeles, como se aparecieron a algunos de los Antepasados y Profetas. También representamos al Espíritu Todopoderoso, tal como apareció, en forma de paloma.

Y si algunos dicen que cometemos idolatría al venerar a los Santos, y a los iconos de los Santos, y a las demás cosas, lo consideramos una tontería y una frivolidad ya que nosotros adoramos con latría sólo a Dios en la Trinidad, y a ningún otro; pero a los Santos los honramos por dos razones: primero, por su relación con Dios, ya que los honramos por Él; y por sí mismos, porque son imágenes vivas de Dios. No obstante, lo que es por ellos mismos ha sido definido como de dulía. Sin embargo, a los Sagrados Iconos los veneramos relativamente ya que el honor que se les rinde está referido a sus prototipos. Esto debido a que, el que venera el icono, por medio del icono venera al prototipo; y el honor que se rinde al Icono no está en absoluto dividido ni es diferente de quien es representado, y se hace al mismo como el que se hace a una embajada real.

Y lo que aducen de la Escritura en apoyo de sus novedades no les ayuda como ellos piensan, sino que estamos de acuerdo porque nosotros, al leer las divinas Escrituras, examinamos la ocasión y la persona, el ejemplo y la causa. Por lo tanto, cuando contemplamos que Dios mismo dice en un momento: “No te harás ningún ídolo, ni ninguna semejanza; ni los adorarás, ni los servirás”, y en otro, ordena que se hagan querubines, y además, que se coloquen bueyes y leones en el Templo, no consideramos precipitadamente la gravedad de estas cosas. Porque la fe no está en la seguridad; sino que, como se ha dicho, considerando la ocasión y otras circunstancias llegamos a la interpretación correcta de las mismas; y concluimos que: “No te harás ningún ídolo o semejanza”, es lo mismo que decir: “No adorarás dioses extraños”, o más bien: “No cometerás idolatría”. Porque así se mantiene tanto la costumbre que prevalece en la Iglesia desde los tiempos apostólicos de adorar relativamente a los Sagrados Iconos, como el culto a la latría reservado sólo para Dios; y no parece que Dios hable en sentido contrario a sí mismo. Pues si la Escritura dice: “No harás”, “No adorarás”, no vemos cómo Dios permitió después que se hicieran imágenes, aunque no para adorarlas. Por lo tanto, ya que el mandamiento se refiere sólo a la idolatría, encontramos serpientes, y leones, y bueyes, y querubines hechos, y figuras y semejanzas, entre las cuales aparecen los ángeles, como habiendo sido adorados.

Y en cuanto a los Santos que presentan como diciendo que no es lícito adorar los iconos, concluimos que más bien sus declaraciones nos ayudan, ya que en sus agudas disputas inveían tanto contra los que adoran los Sagrados Iconos con latría, como contra los que traen los iconos de sus parientes difuntos a la Iglesia. Sometieron a anatema a los que así lo hacían, pero no contra la correcta veneración, ni de los Santos, ni de los Sagrados Iconos, ni de la Preciosa Cruz, ni de las otras cosas que se han mencionado, especialmente porque los Sagrados Iconos han estado en la Iglesia, y han sido adorados por los fieles incluso desde los tiempos de los Apóstoles. Esto lo registran y proclaman muchos con los que y después de los cuales el Séptimo Santo Concilio Ecuménico pone en evidencia toda la impudicia herética.

Está claro que es apropiado venerar los Sagrados Iconos, y lo que se ha mencionado anteriormente. Y anatematiza, y somete a excomunión, tanto a los que adoran los Iconos con latría como a los que dicen que los ortodoxos cometen idolatría al venerar los Iconos. Por lo tanto, también anatematizamos con ellos a los que adoran con latría a cualquier Santo, o Ángel, o Icono, o Cruz, o Reliquia de los Santos, o vaso sagrado, o Evangelio, o cualquier otra cosa que esté en el cielo arriba, o cualquier cosa en la tierra, o en el mar; y atribuimos la adoración con latría al único Dios en Trinidad. Y anatematizamos a los que dicen que la adoración de los iconos es la latría de los iconos, y que no los adoran, y no honran a la Cruz, y a los santos, como la Iglesia lo ha dictado.

Ahora veneramos a los Santos y a los Sagrados Iconos, en la forma declarada. Los representamos en el adorno de nuestros templos, para que sean los libros de los indoctos, y para que imiten las virtudes de los Santos; y para que recuerden, y tengan un aumento de amor, y sean vigilantes en invocar siempre al Señor, como Soberano y Padre, pero a los Santos, como sus servidores, nuestros ayudantes y mediadores.

Y hasta aquí los capítulos y preguntas de Cirilo [Lucaris]. Pero los herejes encuentran la culpa incluso en las oraciones de los piadosos a Dios, pues no sabemos por qué han de difamar maliciosamente sólo a los monjes. La oración es una conversación con Dios y una petición de los bienes que nos convienen, de Aquel de quien esperamos recibir. También sabemos que es un ascenso de la mente hacia Dios y una expresión piadosa de nuestro propósito hacia Dios, una búsqueda de lo que está arriba, el apoyo de un alma santa, una adoración muy aceptable para Dios, una muestra de arrepentimiento y de esperanza firme. La oración se hace con la mente sola, o con la mente y la voz, participando así en la contemplación de la bondad y la misericordia de Dios, de la indignidad del solicitante, y en la acción de gracias, y en la realización de las promesas vinculadas a la obediencia a Dios.

Va acompañada de la fe, la esperanza, la perseverancia y la observancia de los mandamientos. Y, como ya se ha dicho, es una petición de cosas celestiales, y tiene muchos frutos, que no es necesario enumerar. Se hace continuamente, y se lleva a cabo ya sea en una postura erguida, o de rodillas. Y es tan grande su eficacia, que se reconoce que es el alimento y la vida del alma. Todo esto se desprende de la Divina Escritura, de modo que si alguien pide que se le demuestre, es como un necio, o un ciego, que discute sobre la luz del sol a la hora del mediodía, y cuando el cielo está despejado. Pero los herejes, queriendo no dejar nada de lo que Cristo ha ordenado sin sancionar, se burlan también de esto.

Pero como se avergüenzan de sostener impíamente estas cosas sobre la oración abiertamente, no prohíben que se ofrezca en absoluto, sino que se molestan por las oraciones de los monjes. Actúan así para suscitar en los ingenuos un odio hacia los Monjes, para que no soporten ni siquiera verlos, como si fuesen profanos e innovadores, y mucho menos permitir que los dogmas de la fe piadosa y ortodoxa sean enseñados por ellos. Porque el adversario es sabio en cuanto a la maldad, e ingenioso para inventar ataques maliciosos. Por eso, también sus seguidores -como estos herejes especialmente- no están tan preocupados por la piedad, como deseosos de envolver siempre a los hombres en un abismo de males, y de alejarlos en lugares que el Señor no tiene bajo su cuidado. (cf. Deuteronomio 11:12)

Habría que preguntarles, por tanto, cuáles son las oraciones de los Monjes. Si pueden demostrar que los Monjes hacen algo totalmente diferente a ellos, y no de acuerdo con el culto ortodoxo de los cristianos, también nos uniremos a ellos, y diremos, no sólo que los Monjes no son Monjes, sino también no son cristianos. Pero si los Monjes exponen particularmente la gloria y las maravillas de Dios, proclaman continua e incesantemente en todo momento, en la medida en que es posible para el hombre, la Deidad, con himnos y doxologías; ahora cantando partes de la Escritura, y ahora recogiendo himnos de la Escritura, o al menos dando expresión a lo que está de acuerdo con ella, debemos reconocer que realizan una obra apostólica y profética, o más bien la del Señor.

Por lo tanto, también nosotros, al cantar el Paracletikê, el Triodion y el Menaion, realizamos una obra que no es impropia de los cristianos. Ya que todos estos Libros hablan de la Divinidad como una, y sin embargo de más de una personalidad, y eso incluso en los Himnos, algunos recogidos de las Escrituras Divinas, y otros según la dirección del Espíritu. Para que en las melodías las palabras sean paralelas a otras palabras, cantamos partes de la Escritura. Además, para que quede bien claro que siempre cantamos partes de la Escritura, a cada uno de nuestros Himnos, llamados Troparion, añadimos un verso de la Escritura. Y si cantamos, o leemos la Técara, u otras oraciones compuestas por los Padres de la antigüedad, que digan qué hay en ellas que sea blasfemo, o no piadoso, y perseguiremos a estos Monjes con ellas.

Pero si sólo dicen que rezar continua e incesantemente es malo, ¿qué tienen que ver con nosotros? Que contiendan con Cristo -como de hecho lo hacen-, quien dijo en la parábola del juez injusto (Lucas 28:2) que se debe orar continuamente. Nos enseñó a velar y orar, (Marco 13:33) para escapar de las pruebas, y estar en pie ante el Hijo del Hombre. (Lucas 21:36) Que contiendan con Pablo en el capítulo de la Primera [Epístola] a los Tesalonicenses [5:17], y en otras partes en muchos lugares. Me abstengo de mencionar a los líderes divinos de la Iglesia Católica desde Cristo hasta nosotros. Pues basta para avergonzar a estos herejes señalar el acuerdo de los Antepasados, Apóstoles y Profetas sobre la oración.

Por lo tanto, si lo que hacen los monjes es lo que hicieron los Apóstoles y los Profetas y, podemos decir, lo que hicieron los santos Padres y Antepasados de Cristo mismo, entonces es manifiesto que las oraciones de los monjes son frutos del Espíritu Santo, el dador de las gracias. Pero las novedades que los calvinistas han introducido blasfemamente sobre Dios y las cosas divinas, pervirtiendo, mutilando y abusando de las divinas Escrituras, son sofismas e invenciones del diablo.

También es un esfuerzo inútil la afirmación de que la Iglesia no puede establecer ayunos y abstinencia de ciertas carnes sin violencia y tiranía. Pues la Iglesia, actuando muy correctamente, designa cuidadosamente la oración y el ayuno para la mortificación de la carne y de todas las pasiones. De esto, todos los Santos han sido amantes y ejemplos. Es por esto que nuestro adversario el diablo (cf. 1 Pedro 5:8) es derrotado por la gracia de lo alto, junto con sus ejércitos y sus huestes, y la carrera (cf. 2 Timoteo 4:7) que se propone a los piadosos se cumple más fácilmente. Al hacer estas disposiciones, la Iglesia inmaculada (cf. Efesios 5:27) La Iglesia no utiliza en todas partes ni la violencia ni la tiranía, sino que exhorta, amonesta y enseña, de acuerdo con la Escritura, y persuade por el poder del Espíritu.

Y a lo que se ha mencionado, cierto sujeto de Charenton -nos referimos al ya mencionado Claud- añade otras objeciones ridículas contra nosotros, e indignas de toda consideración; pero lo que ha dicho lo consideramos cuentos ociosos. Consideramos a este hombre como un bromista y un analfabeto. Porque desde el tiempo de San Focio ha habido un gran número de ellos en la Iglesia Oriental, y ahora son bien conocidos por su sabiduría, teología y santidad, por el poder del Espíritu. Y es muy absurdo argumentar que porque algunos de los Sacerdotes Orientales guardan el Santo Pan en vasos de madera, dentro de la Iglesia, pero fuera del santuario colgado en una de las columnas, que por eso no reconocen la real y verdadera transmutación del pan en el Cuerpo del Señor. Porque no negamos que algunos de los pobres sacerdotes guarden el Cuerpo del Señor en vasos de madera. Porque, en verdad, a Cristo no se le honra con piedras y mármoles, sino que pide una intención sana y un corazón limpio.

Y esto es lo que le ocurrió a Pablo. “Porque tenemos”, (2 Corintios 4:7) dice, “el tesoro en vasos de barro”. Pero donde las Iglesias particulares son capaces, como con nosotros aquí en Jerusalén, el Cuerpo del Señor se guarda honorablemente dentro del Santo Bema de tales Iglesias, y una lámpara de siete luces siempre se mantiene encendida delante de él.

Estoy tentado a preguntarme si es posible que los herejes hayan visto el Cuerpo del Señor colgado en algunas Iglesias fuera del Bema, porque tal vez las paredes del Bema eran inseguras a causa de la edad, y así han llegado a estas conclusiones absurdas. Pero no se dieron cuenta de que Cristo estaba representado en el ábside del Santo Bema como un niño acostado en la Patena. Si lo hubieran hecho, habrían sabido que los orientales no representan que haya en la Patena un tipo, o una gracia, o cualquier otra cosa, sino el propio Cristo; y así creen que el Pan de la Eucaristía no es otra cosa, sino que se convierte sustancialmente en el propio Cuerpo del Señor, y así mantienen la verdad.

Pero sobre todas estas cosas se ha tratado amplia y lúcidamente en lo que se llama La Confesión de la Iglesia Oriental, por Jorge, de Quíos, a partir de Coresio en sus Tratados sobre los Misterios, y sobre la predestinación, y sobre la gracia, y sobre el libre albedrío, y sobre la intercesión y adoración de los Santos, y sobre la adoración de los Iconos, y en la Refutación compuesta por él del Sínodo ilícito de los herejes celebrado en cierta ocasión en Flandes, y en muchos otros Tratados; por Gabriel, del Peloponeso, Metropolitano de Filadelfia; y por Gregorio Protosíncelo de Quíos en sus Tratados sobre los Misterios; por Jeremías, el Santísimo Patriarca de Constantinopla, en tres Cartas dogmáticas y sinodales a los luteranos de Tubinga en Alemania; por Juan, Sacerdote, y por Economus de Constantinopla, apellidado Natanael; por Melecio Syrigus, de Creta, en la Refutación Ortodoxa compuesta por él de los Capítulos y Cuestiones del seudo Cirilo Lucaris; por Teófanes, Patriarca de Jerusalén, en su Epístola dogmática a los Lituanos, y en innumerables otras Epístolas. Y antes de estos se ha hablado muy excelentemente de estos asuntos por Symeon, de Tesalónica, y antes de él por todos los Padres, y por los Sínodos Ecuménicos, por los historiadores eclesiásticos también; e incluso por los escritores de la historia secular bajo los autócratas cristianos de Roma, se han mencionado estos asuntos incidentalmente; por todos los cuales, sin ninguna controversia, lo anterior fue recibido de los Apóstoles; cuyas tradiciones, ya sea por escrito, o por palabra, han descendido a través de los Padres hasta nosotros. Además, el argumento derivado de los herejes también confirma lo que se ha dicho. Porque los nestorianos, después del año de la Salvación, 428, los armenios también, y los coptos, y los sirios, y además incluso los etíopes, que habitan en el Ecuador, y más allá de éste hacia el trópico de Capricornio, a quienes los que están allí llaman comúnmente Campesii, después del año […] de la Encarnación se separaron de la Iglesia Católica; y cada uno de ellos tiene como peculiar sólo su herejía, como todos saben por las Actas de los Sínodos Ecuménicos. Aunque en lo que respecta al propósito y al número de los Sagrados Misterios, y todo lo que se ha dicho anteriormente -excepto su propia herejía particular, como se ha señalado- creen enteramente con la Iglesia Católica. Como vemos con nuestros propios ojos cada hora, y aprendemos por la experiencia y la conversación, aquí en la Ciudad Santa de Jerusalén en la que ellos habitan o están continuamente alojados temporalmente, un vasto número de ellos son tan bien instruidos, como tienen, como analfabetos.

Guarden, pues, silencio los discursos ociosos y los herejes innovadores, y no traten como contra nosotros de apuntalar astutamente la falsedad, como han hecho siempre todos los apóstatas y herejes, robando algunas frases de las Escrituras y de los Padres. Que digan una sola cosa, que al inventar excusas (cf. Salmo 140:4) para los pecados han elegido hablar maldad contra Dios, (cf. Salmo 74:6) y blasfemias contra los Santos.

EPÍLOGO

Que sea suficiente para la reputación de las falsedades de los adversarios, que han ideado contra la Iglesia Oriental, que aleguen en apoyo de sus falsedades los incoherentes e impíos Capítulos del pseudo Cirilo. Y sirva de señal para no ser contradicho (cf. Lucas 2:34) que esos herejes han hecho injustamente declaraciones maliciosamente falsas contra nosotros, como si dijeran la verdad. Pero que sea por una señal para que se crea, es decir, para que se reformen sus innovaciones y vuelvan a la Iglesia Católica y Apostólica, en la que también estuvieron sus antepasados de antaño, y que asistieron a aquellos Sínodos y concursos contra los herejes, que éstos ahora rechazan y vituperan. Porque fue irrazonable de su parte, especialmente por considerarse sabios, haber escuchado a hombres que eran amantes de sí mismos y profanos, y que no hablaban por el Espíritu Santo, sino por el príncipe de la mentira, y haber abandonado a la Iglesia Santa, Católica y Apostólica, que Dios ha comprado con la Sangre de su propio Hijo, (cf. Hechos 20:28) y haberla abandonado. Porque, de lo contrario, a los que se han separado de la Iglesia les sobrevendrán las penas reservadas a los paganos y a los publicanos. Pero el Señor, que siempre la ha protegido contra todos los enemigos, no descuidará a la Iglesia católica. A Él sea la gloria y el dominio por los siglos de los siglos. Amén.

En el año de la Salvación 1672, en el día 16 del mes de marzo, en la Ciudad Santa de Jerusalén:

Yo, Dositeo, por la misericordia de Dios, Patriarca de la Ciudad Santa de Jerusalén y de toda Palestina, declaro y confieso que ésta es la fe de la Iglesia Oriental.

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El diario de San Nicolás Cabasilas

Este blog está dedicado a exponer información histórica y doctrinal de la Iglesia Ortodoxa como también de todos sus santos.