El cisma más largo en la historia de la Iglesia Ortodoxa: Entre autocefalía y etnofiletismo

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Una de las enfermedades que más agrava a la Iglesia Ortodoxa es aquella del etnofiletismo, en la que algunos de sus miembros, en vez de resaltar la universalidad de la Iglesia, se empeñan en dividir al Cuerpo Místico de Cristo por razones étnicas. Hace casi dos siglos atrás, la Iglesia se enfrentó a un periodo de mucha división por este tipo de razones que son lamentables ya que el mismo apóstol San Pablo nos había escrito desde el primer siglo que ya no había ni griego ni judío sino que éramos uno en Cristo Jesús.

A continuación, nuestra página aliada Orthodox History ha redactado un artículo hablando de este hecho que provocó uno de los cismas más largos de todos dentro de la Iglesia Ortodoxa. De antemano, agradecemos a Matthew Namee por permitirnos publicar sus artículos investigativos para un público de habla hispana. Todos los créditos van hacia él.

En 1767, el Imperio Otomano suprimió el Patriarcado de Ohrid y subordinó a los ortodoxos búlgaros al Patriarcado Ecuménico. A principios de la década de 1830, los súbditos ortodoxos búlgaros del Imperio comenzaron a agitar la restauración de su propia iglesia. En 1838, el sultán Mahmud II visitó las provincias búlgaras del Imperio y el pueblo le pidió obispos de habla búlgara. Ese mismo año, el metropolitano de habla griega de Tarnovo (una pequeña ciudad del centro-norte de Bulgaria) murió, y el pueblo presionó para que uno de los suyos, el padre Neofit Bozveli, le sucediera. El Patriarcado Ecuménico lo rechazó e impuso a otro grecoparlante; Bozveli respondió trasladándose a Constantinopla y dando discursos a los búlgaros de la ciudad, pidiendo la creación de una parroquia búlgara en la propia capital.

En 1841, Bozveli fue detenido en Constantinopla y desterrado al Monte Athos. El motivo de este castigo fue la negativa de Bozveli a aceptar el nombramiento de un obispo de etnia griega para la sede de Tarnovo, una sede para la que el propio Bozveli había sido propuesto por los búlgaros locales, pero que fue rechazada por Constantinopla.

En 1848, el Patriarcado Ecuménico aceptó finalmente la construcción de una iglesia y una escuela búlgaras en Constantinopla. Fue consagrada al año siguiente y, por el momento, quedó subordinada al Patriarcado Ecuménico.

En 1851, el Patriarcado Ecuménico, ante la creciente demanda del pueblo búlgaro de obispos de su propia nacionalidad, decidió nombrar a un serbio, Stefan Kovacevic, como obispo de los búlgaros. Esto no satisfizo ni a los búlgaros ni a los griegos, y Stefan fue finalmente destituido de su sede.

Dos años después, estalló la guerra de Crimea. Miles de búlgaros, junto con griegos, serbios y rumanos que vivían en el Imperio Otomano, se ofrecieron como voluntarios para luchar del lado de Rusia, formando su propia legión ortodoxa. A medida que el conflicto se extendía, Rusia retiró su embajada de Constantinopla, y el Patriarcado Ecuménico quedó bajo la creciente influencia del Imperio Británico. Cuando la guerra terminó y los rusos reanudaron las relaciones diplomáticas con los otomanos, su relación con el Patriarcado Ecuménico se había enfriado. En adelante, Rusia dejaría de apoyar a la jerarquía griega y, en cambio, gastaría su capital diplomático en beneficio de los laicos del Patriarcado. Esto llegaría a incluir una simpatía hacia el deseo de los búlgaros de tener su propia iglesia. En 1857, la Iglesia rusa nombró a San Teófano el Recluso -entonces jerarca y aún no recluso- para que actuara como representante de la Iglesia rusa en Constantinopla. Teófano simpatizaba con la causa búlgara, adoptando la postura de que se les debía permitir tener su propia jerarquía y clero y rendir culto en eslavo en lugar de griego.

Uno de los resultados de la guerra de Crimea fue que el sultán promulgó un firman (edicto) de reforma conocido como el Hatt-i Humayun, que tuvo una serie de consecuencias para las minorías religiosas del Imperio. El firman llevó a la creación de la “Asamblea Nacional”, un consejo mixto de obispos, clérigos y laicos para el Patriarcado Ecuménico. La Asamblea Nacional se reunió por primera vez en 1858, e incluyó a cuatro delegados búlgaros, que presionaron para que los laicos búlgaros eligieran a los metropolitanos. Aunque esto se negó, el Patriarcado Ecuménico aceptó finalmente nombrar a un obispo búlgaro nativo: Hilarión Mihaylovski, metropolitano titular de Makariopolis, que fue una de las principales figuras del movimiento por la autocefalía búlgara. Al año siguiente, el Patriarcado bendijo el uso del eslavo, en lugar del griego, en algunas de las iglesias búlgaras.

Esto no fue suficiente. En febrero de 1860, los delegados búlgaros en la Asamblea Nacional exigieron la restauración de los patriarcados de Tarnovo y Ohrid. El Patriarcado Ecuménico ignoró estas demandas. En Pascua, el metropolitano búlgaro Hilarión de Makariopolis no conmemoró al Patriarca Ecuménico durante la Divina Liturgia. En su lugar, conmemoró al Sultán y a “todos los obispos metropolitanos ortodoxos”. En consecuencia, el Patriarcado exilió a Hilarión al Monte Athos, junto con los obispos que lo apoyaban. Ese mismo mes, la residencia eslava de Koprulu expulsó a su nuevo metropolitano griego de la diócesis. En mayo, treinta parroquias búlgaras diferentes omitieron el nombre del Patriarca Ecuménico en la conmemoración de la Divina Liturgia.

El conflicto entre los ortodoxos búlgaros y el Patriarcado Ecuménico no hizo más que intensificarse en los meses siguientes, ya que surgieron movimientos entre los laicos que se resistían al gobierno del Fanar. En algunas ciudades, los libros litúrgicos griegos fueron destruidos en las protestas. El Patriarca Ecuménico Cirilo VII había perdido el control de la situación y se vio obligado a dimitir en julio. Luego, en septiembre, treinta y tres gremios búlgaros de todo el Imperio presentaron una petición al sultán, declarando que ya no reconocerían al Patriarca Ecuménico como su líder. En octubre, Joaquín II fue elegido Patriarca Ecuménico por la recién creada asamblea mixta del Patriarcado. Esto provocó un nuevo descontento entre los búlgaros, que no estaban proporcionalmente representados entre los electores.

Unos meses más tarde, en febrero de 1861, el sultán, tratando de sofocar el descontento entre sus súbditos búlgaros, emitió un decreto en el que solicitaba que el Patriarcado Ecuménico nombrara metropolitanos de habla búlgara para las diócesis con gran población búlgara.

Este es el documento legal redactado por el Sultán en el que se declara la creación del Exarcado Búlgaro

Una petición está muy lejos de ser una orden, y no resolvió nada. En 1862, el gobierno otomano volvió a intentar encontrar una solución a las fricciones entre la población búlgara y la jerarquía griega. El sultán nombró una comisión mixta, que propuso dos soluciones:

(1) la Iglesia búlgara nombraría obispos para cualquier distrito en el que los búlgaros superasen en número a los griegos, o

(2) la Iglesia búlgara tendría derecho a tener un metropolitano en cada provincia, y un obispo en cada diócesis, con una fuerte población búlgara (aunque también hubiese un obispo griego).

Ambas soluciones fueron rechazadas por los dirigentes de la Iglesia griega.

Durante unos años, la situación búlgara fue bastante tranquila, pero era sólo cuestión de tiempo que se produjera la siguiente crisis. Ésta llegó en 1865, cuando el Patriarca Ecuménico Sofronio intentó instalar obispos griegos en diócesis llenas de búlgaros. Los búlgaros rechazaron sistemáticamente a estos obispos, llegando en algunos casos a atacar físicamente los edificios de las iglesias. En 1866, todos estos obispos griegos habían sido expulsados de las regiones búlgaras, y las desavenencias entre griegos y búlgaros no hicieron más que aumentar.

En 1867, el Patriarca Ecuménico Gregorio VI volvió al trono tras décadas de ausencia. Tenía buenas relaciones con los rusos y trabajó con el embajador ruso en Constantinopla para encontrar una solución a la crisis búlgara. Su plan consistía en crear una Iglesia búlgara autónoma con once diócesis, pero, sobre todo, no incluía las diócesis de Macedonia y Tracia, donde había una mezcla de griegos y búlgaros. En parte debido a esta omisión, los búlgaros rechazaron la propuesta.

Justo antes de la Navidad de 1868, tres obispos búlgaros que vivían en Constantinopla escribieron al Patriarca Ecuménico para informarle de que, en lo sucesivo, ya no lo conmemorarían en los servicios divinos, pues no reconocían su autoridad. El Patriarcado Ecuménico destituyó a los tres obispos y presionó al gobierno otomano para que los exiliara de la ciudad y cerrara la iglesia búlgara en Constantinopla.

Al año siguiente, el Patriarca Gregorio propuso un Concilio Ecuménico para resolver la cuestión búlgara. Las Iglesias de Grecia, Rumanía y Serbia apoyaron la propuesta, pero la Iglesia de Rusia se opuso porque temía que el resultado pudiera ser el cisma. Mejor, según los rusos, era mantener el incómodo status quo que arriesgarse a una ruptura de la comunión.

En febrero de 1870, la crisis búlgara entró en una nueva etapa, cuando el sultán otomano Abdulaziz emitió un firman, creando el Exarcado Búlgaro, una nueva iglesia dirigida por un primado (con el título de “Exarca”) y su propio Santo Sínodo. Por un lado, el Exarcado tenía el carácter de una iglesia autónoma: Constantinopla proveería a la iglesia del Santo Crisma, el Exarca conmemoraría al Patriarca Ecuménico en los servicios divinos, y los asuntos difíciles debían someterse al Patriarcado Ecuménico. Por otra parte, el Exarcado era funcionalmente autocéfalo: aunque el Patriarca Ecuménico debía ser informado de la elección de un nuevo Exarca, no se requería su consentimiento, y el firman prescribía que las regulaciones del Exarcado excluían específicamente “la interferencia, directa o indirecta, del Patriarca en los asuntos del Exarcado y, más especialmente, en la elección de obispos y del Exarca”.

La disposición más innovadora y eclesiológicamente problemática del firman era el artículo 10, que, tras enumerar las provincias que conformarían el Exarcado, añadía lo siguiente “Si todos, o no menos de dos tercios, de los habitantes de fe ortodoxa en lugares distintos a los mencionados desean estar sujetos al Exarcado en sus asuntos espirituales, y si este hecho está claramente establecido, se les permitirá hacer lo que deseen; pero tal permiso sólo se concederá a petición, o con el asentimiento, de toda la población o de al menos dos tercios de la misma”. Según esta disposición, pues, los fieles ortodoxos de una determinada diócesis podrían básicamente votar el cambio de una jurisdicción a otra, sin el acuerdo de la jerarquía o del resto del clero. Y dado el trasfondo nacionalista de toda la cuestión búlgara, esto equivalía a una definición del territorio basada en la etnicidad: si un número suficientemente grande de búlgaros vivía en una diócesis de Constantinopla, esa diócesis podía ser arrebatada a Constantinopla y entregada al Exarcado. Esto es lo que se conoce como filetismo, la distinción de razas o etnias en la Iglesia Ortodoxa.

El etnofiletismo es uno de los males que más ha tocado a la ortodoxia en la actualidad

El Patriarca Gregorio protestó en una carta fechada el 24 de marzo (según el calendario juliano) y solicitó permiso para convocar un Concilio Ecuménico. El gobierno otomano ignoró la protesta, por lo que Gregorio intentó entonces dimitir. La Puerta lo rechazó: estaban satisfechos con la actuación de Gregorio como Patriarca y no aceptaron su dimisión. Entonces los laicos ortodoxos griegos de Constantinopla comenzaron a protestar en las calles, gritando: “¡Viva nuestra secta! No permitimos la bulgarización de nuestros hijos, no dejamos que los eslavos nos coman”.

En mayo, el Patriarca Gregorio mantuvo una tensa reunión con representantes del recién formado Exarcado búlgaro que incluyó este intercambio:

El Patriarca Gregorio: “¿Qué pueblo?”

Delegados búlgaros: “Los cristianos ortodoxos que constituyen todo un pueblo en la Turquía europea; se les llama “el pueblo búlgaro”.

Patriarca: “No reconozco a ningún pueblo búlgaro, ni a sus metropolitanos, ni a sus delegados. No os he admitido como delegados, sino como peticionarios particulares. No considero que la cuestión sea irresoluble, pero no reconozco al ferman[sic] El gobierno no puede resolver un asunto eclesiástico. Como nuestras dos partes no han podido ponerse de acuerdo, he dejado la solución del problema a un “árbitro” tercero, el Sínodo Ecuménico.”

Delegados búlgaros: “Nosotros, como cristianos ortodoxos, acogeríamos de buen grado a un tercer árbitro que fuera imparcial, santo e inspirado por el Espíritu Santo. Lo correcto, viendo que no podemos ponernos de acuerdo, sería convocarnos y elegir juntos un tercer árbitro…”

[Los delegados atacaron entonces al Sínodo Ecuménico, argumentando que no era imparcial. En lo que siguió buscaron el perdón del Patriarca].

Patriarca: “No puedo perdonarlos; debo devolver esta sagrada confianza tal como la recibí”.

Delegados búlgaros: “¡Cuidado! ¿Es esa su respuesta a una nación de seis millones? Nuestras palabras son las suyas”.

Patriarca: “No puedo”.

Delegados búlgaros: “No penséis que con vuestra postura vais a obligar al pueblo búlgaro a cambiar el rumbo de lo que ya ha comenzado. El pueblo sabe que es ortodoxo y nunca abandonará la fe ortodoxa. Pero ya no desean ser esclavizados por el Patriarcado”.

Patriarca: [silencio]

Líder de la delegación búlgara: “Levántate, vamos. No tendremos más tratos con ustedes”.

El Santo Sínodo de Constantinopla escribió al gobierno otomano, pidiendo permiso para celebrar un Concilio Ecuménico. Esta vez los otomanos accedieron, y en noviembre, el Patriarca Gregorio envió al Gran Visir una breve carta en la que esbozaba su plan para el concilio, asegurando al Gran Visir que éste se centraría por completo en la cuestión búlgara y no tocaría ninguna cuestión secular que pudiera interesar al gobierno otomano.

En los primeros meses de 1872, los preparativos para un concilio estaban en marcha, pero los búlgaros no se limitaban a esperar pasivamente a ser condenados. El patriarca Gregorio estaba cada vez más aislado: despreciado por los búlgaros, perdió el apoyo de Rusia y la confianza de los turcos. El 4 de abril, la embajada rusa informó a Gregorio de que el Santo Sínodo de Rusia no participaría en un concilio. Esto, al parecer, fue la gota que colmó el vaso del atribulado Patriarca Ecuménico, que se lamentó: “La Puerta triunfará… Lo único que me queda a mí, el humilde pastor, es retirarme a la vida privada. Lamentaré toda mi vida que Rusia haya dejado escapar esta oportunidad de elevar el prestigio de la Gran Iglesia y de la Ortodoxia en Oriente.” Poco después, Gregorio anunció su intención de dimitir y, en junio, envió una carta formal de renuncia a la Puerta. Esta vez, la aceptaron.

En septiembre, Anthimus VI fue elegido para un tercer mandato como Patriarca Ecuménico. Anthimus contaba con el apoyo del embajador ruso, e inmediatamente se puso en contacto con los dirigentes del Exarcado búlgaro para intentar resolver la crisis. Anthimus insistió en que había que cambiar la innovadora disposición del artículo 10 del firman del Exarcado: la Iglesia búlgara debía tener unos límites fijos, sin posibilidad de expansión territorial definida étnicamente. Anthimus también presionó para que el exarca búlgaro fuera confirmado por el Patriarca Ecuménico, lo que establecería firmemente al exarcado como una iglesia autónoma bajo Constantinopla. Por último, Anthimus quería que cada hogar búlgaro pagara impuestos al Patriarcado. No hace falta decir que los líderes búlgaros rechazaron todas estas demandas.

En la fiesta de la Teofanía de 1872, tres de los obispos del Exarcado búlgaro desafiaron al Patriarcado Ecuménico y celebraron la Divina Liturgia en la parroquia búlgara de Constantinopla, una clara violación de la jurisdicción del Patriarca Ecuménico. Este acto -servir una liturgia desafiante y no autorizada en la capital- se había convertido en una especie de acto de rebelión característico de los dirigentes de la Iglesia búlgara.

El Santo Sínodo de Constantinopla respondió declarando al exarcado búlgaro culpable de la herejía del filetismo, “la distinción, las disputas, las peleas, los celos y las divisiones entre las razas en la Iglesia de Cristo”. Estas disputas ya se habían convertido en un problema muy real para la Ortodoxia en el Imperio Otomano, ya que los fieles de numerosas diócesis votaron por cambiar del Patriarcado Ecuménico al Exarcado Búlgaro en los primeros años de existencia del Exarcado.

En febrero, el primer consejo mixto del Exarcado búlgaro eligió a Hilarión de Loftcha como primado. Pero Hilarión era un hombre mayor, no apto para la primacía de una iglesia nueva y muy controvertida, y dimitió cinco días después. El consejo mixto aún no había enviado el nombre de Hilarión al sultán para su confirmación, y se reunieron de nuevo y eligieron al metropolitano Anthim de Vidin como exarca. La Puerta confirmó la elección de Anthim, que fue instalado como Exarca en abril, tras lo cual tuvo una audiencia con el Sultán. El nuevo exarca Anthim intentó reunirse con el Patriarca Ecuménico en tres ocasiones, y cada vez fue rechazado; el Patriarca ni siquiera permitió a los obispos búlgaros celebrar servicios en la iglesia búlgara del Fanar. Finalmente, los búlgaros dieron un paso decisivo: en la fiesta de San Jorge, el exarca Anthim y otros tres obispos, ya condenados por el Patriarcado Ecuménico, celebraron la Divina Liturgia en la iglesia búlgara de Constantinopla, desafiando la jurisdicción del Patriarca Ecuménico en su propia ciudad. En mayo, declararon que el Exarcado era totalmente autocéfalo. El Patriarcado Ecuménico respondió a todo esto deponiendo y excomulgando a Anthim.

En julio, el sultán concedió permiso para que el Exarcado búlgaro estableciera su sede en Constantinopla, otra innovación, ya que, por supuesto, la capital ya estaba bajo la jurisdicción indiscutible del Patriarcado Ecuménico. Aunque es habitual asociar la “superposición de jurisdicciones” con la “diáspora”, aquí tenemos un ejemplo de este fenómeno en una de las antiguas sedes de la Ortodoxia.

El Concilio es visto como autoritario, pero no es ecuménico en lo absoluto ni aceptado en toda la Iglesia

En septiembre, el Santo y Gran Concilio se reunió en Constantinopla. No fue, finalmente, el Concilio Ecuménico que el antiguo Patriarca Gregorio VI había esperado; en su lugar, fue un asunto enteramente griego, compuesto exclusivamente por obispos del Imperio Otomano. El concilio fue presidido por el Patriarca Ecuménico Anthimus e incluyó a los Patriarcas griegos de Alejandría, Antioquía y Jerusalén, y al Arzobispo de Chipre, junto con tres antiguos Patriarcas Ecuménicos. Los rusos estuvieron notablemente ausentes, aunque después del concilio la Iglesia rusa se cuidó durante años de no entrar en comunión con el exarcado búlgaro.

El artículo 1 del decreto del concilio condenó formalmente el filisteísmo como una herejía:

“Censuramos, condenamos y declaramos contraria a las enseñanzas del Evangelio y a los sagrados cánones de los Santos Padres la doctrina del filetismo, o la diferencia de razas y la diversidad nacional en el seno de la Iglesia de Cristo”.

Esto era casi idéntico a la condena del filetismo por el Santo Sínodo de Constantinopla en enero. En el artículo 2, el concilio anatematiza a los líderes del Exarcado búlgaro y a todos los que los siguieron y apoyaron.

En el concilio participaron unos 32 obispos en total, y todos menos uno, el Patriarca Cirilo II de Jerusalén, firmaron el decreto del concilio. Cuando regresó a Jerusalén, su propio Santo Sínodo le exigió que diera marcha atrás y aceptara la decisión del concilio. Cirilo se negó y el Santo Sínodo de Jerusalén lo destituyó. En su decisión, el Sínodo declaró que, al rechazar el concilio y su condena del filetismo, Cirilo se había hecho cismático. El Sínodo de Jerusalén envió su decisión al gobierno turco y al Patriarca Ecuménico, que la aceptaron como legítima. Pero el propio Cirilo la rechazó y se produjo el caos. Así es como se describe la escena en un relato contemporáneo:

El Patriarca depuesto se negó a reconocer la legalidad de su deposición y declaró su intención de celebrar, el 23 de noviembre, las vísperas en la iglesia del Santo Sepulcro. El clero y los monjes se negaron a asistirle. Desde los alrededores, una multitud excitada de partidarios del Patriarca, encabezada por el dragomán ruso (un intérprete oficial), invadió Jerusalén, sembrando una considerable alarma entre los opositores al Patriarca. Los soldados de la policía entraron en las celdas de los monjes para arrastrarlos ante el Patriarca. Como los monjes ofrecieron resistencia, se declaró el estado de sitio y los monjes se encerraron en el monasterio del Santo Sepulcro. El Patriarca, por la noche, y de nuevo al día siguiente, se dirigió a la iglesia del Santo Sepulcro, asistido por los cónsules ruso y griego.

En ese momento se involucraron los demás cónsules europeos, y toda la crisis se convirtió en una especie de incidente internacional. El gobernador otomano de Jerusalén recibió fuertes presiones del cónsul ruso para que apoyara al Patriarca Cirilo, mientras que el cónsul alemán presionaba en la dirección contraria. Cuando el gobierno griego se enteró de que su cónsul había apoyado a Cirilo, los griegos lo despojaron de su cargo consular. Finalmente, el gobierno otomano intervino para restablecer el orden, exiliando a Cirilo a una isla y ordenando a los periódicos locales que dejaran de publicar artículos polémicos sobre el tema. Tras veinticinco años como patriarca, Cirilo fue sucedido por Procopio de Gaza.

Sin embargo, el drama de Jerusalén aún no había terminado. El gobierno ruso seguía apoyando al ya ex-patriarca Cirilo y, en represalia por su deposición, embargó todas las propiedades del Patriarcado de Jerusalén dentro del Imperio Ruso, incluidas treinta fincas de gran tamaño que generaban ingresos en Besarabia. El embajador ruso en Constantinopla presionó con éxito a la Puerta en favor de Cirilo: aunque éste no fue restituido como Patriarca, fue liberado de su exilio al cabo de pocas semanas, y la Puerta se disculpó formalmente por el trato recibido.

Mientras tanto, en Constantinopla, el Patriarca Ecuménico convenció al gobierno otomano para que ordenara al clero búlgaro que no llevara sotana ni vistiera el traje tradicional de los clérigos ortodoxos, para distinguirlos del clero (canónico). El exarca búlgaro protestó porque esto causaría una gran confusión entre su pueblo, y se negó a cumplirlo.

Las potencias europeas acogieron con satisfacción la agitación en el mundo ortodoxo. Jack Fairey cita al Ministerio de Asuntos Exteriores austriaco, que esperaba que el conflicto entre griegos y eslavos se convirtiera en un “divorcio definitivo y completo”. Fairey escribe:

“Si la ortodoxia en Oriente se dividiera irremediablemente en dos campos hostiles, Rusia perdería la mitad de su influencia, ya que se vería obligada a apoyar a uno de los adversarios y por la misma razón, a enajenar las simpatías del otro”. Por lo tanto, era manifiestamente en el interés no sólo de Austria, sino también de la Puerta, “romper la unidad de esta Iglesia que, bajo el patrocinio de Rusia, se ha presentado hasta ahora [la Puerta] como un poder formidable”.

La historia que acabo de contar -la historia de cómo surgió una Iglesia búlgara autocéfala, y el concilio de 1872 que condenó el etnofiletismo y anatematizó a los líderes búlgaros- no es tan simple como los buenos contra los malos. Desde el punto de vista teológico y eclesiológico, el Patriarcado Ecuménico y el concilio de 1872 tenían razón al 100%: no hay lugar en la Iglesia para la separación de las personas en razas, y la idea de que a un obispo se le pueda quitar su diócesis para dársela a otro simplemente por los cambios demográficos es claramente anticanónica. Dicho esto, los búlgaros tenían quejas legítimas contra la jerarquía griega, y era razonable que quisieran tener obispos de su propio pueblo, dar culto en su propia lengua, etc. Si el Patriarcado Ecuménico hubiera sido más pastoral en su acercamiento a los búlgaros a principios y mediados del siglo XIX, tal vez se hubiera evitado el cisma búlgaro.

Cabe destacar que los búlgaros lograron la independencia eclesiástica antes de establecer su propio estado-nación. Esto es muy diferente de los otros casos del siglo XIX, como Grecia, Rumanía y Serbia, que recibieron la autocefalía después y como consecuencia de la creación de un estado. Para el Patriarcado Ecuménico ya era bastante difícil renunciar a su jurisdicción sobre Grecia, Rumanía y Serbia, pero perder territorios que todavía estaban dentro del Imperio Otomano era un paso demasiado grande.

El “cisma búlgaro” no se curaría durante otras siete décadas, hasta 1945, momento en el que todos los implicados en esta historia (incluidos los imperios otomano y ruso) llevaban mucho tiempo muertos, y el mundo entero había cambiado. Es uno de los cismas más largos de la historia de la Iglesia (¿tal vez el más largo?) que realmente tuvo un final feliz.

FUENTES PRINCIPALES:

Methodist Quarterly Review articles from 1870 to 1874.

Ümit Eser, “‘Philetism’ in the Balkans: The Formation of the Bulgarian Exarchate (1830–1878),” M.A. thesis, Sabanci University Research Database (2009).

Jack Fairey, The Great Powers and Orthodox Christendom: The Crisis over the Eastern Church in the Era of the Crimean War (New York: Palgrave Macmillan, 2015).

Dimitris Stamatopoulos, “The Bulgarian Schism Revisited,” Modern Greek Studies Yearbook 24/25 (2008/2009), 105–125.

Dimitris Stamatopoulos, “Orthodox Ecumenicity and the Bulgarian Schism,” in Etudes Balkaniques LI/1: Greece, Bulgaria and European Challenges in the Balkans (Sofia: Institut d’Etudes balkaniques & Centre de Threcologie, 2015), 70–86.

Dimitris Stamatopoulos, “The Splitting of the Orthodox Millet as a Secularizing Process,” in Griechische Kultur in Südosteuropa in der Neuzeit. Beiträge zum Symposium in memoriam Gunnar Hering (Wien, 16.–18. Dezember 2004), 243–270.

Richard Von Mach, The Bulgarian Exarchate: Its History and the Extent of its Authority in Turkey (London: T. Fisher Unwin, 1907).

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El diario de San Nicolás Cabasilas

Este blog está dedicado a exponer información histórica y doctrinal de la Iglesia Ortodoxa como también de todos sus santos.