La doctrina del pecado ancestral en la Iglesia Ortodoxa: En Contra de Romanides

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En la actualidad, existe una falsa reinterpretación y redefinición dentro de la Iglesia Ortodoxa acerca de la doctrina del pecado ancestral gracias al sacerdote Romanides. Su finalidad ha sido crear una falsa distinción entre lo que el catolicismo enseña (a través de una pésima interpretación del tema) con la ortodoxia, a través de una eiségesis de los Padres de la Iglesia y de la historia. Tal ha sido su impacto que, en la actualidad, un gran porcentaje de la Iglesia Ortodoxa en América Latina sostiene su posición, yendo en contra de lo que realmente se enseña.

Desgraciadamente, Insitum Verbum también se adhirió a esta corriente heterodoxa de pensamiento por mucho tiempo. Por fortuna, hemos ahondado aún más en la historia y teología de la Iglesia, lo que nos ha permitido eliminar el antiguo blog acerca del tema. Nos disculpamos con nuestros lectores por este error, pero no volverá a ocurrir otra vez.

En el siguiente blog, expondremos la verdadera posición de la Iglesia Ortodoxa, contrastaremos este pensamiento con lo que enseña la Iglesia de Roma en su Catecismo Oficial de la Iglesia Católica y, a lo largo del texto, haremos una crítica al pensamiento de Romanides acerca del tema.

¿QUÉ ES EL PECADO ANCESTRAL? ¿HEREDAMOS EL PECADO ANCESTRAL?

Para responder a esta incógnita, debemos comprender el estado original con el que nuestros primeros padres (Adán y Eva) fueron creados.

En el Catecismo de San Pedro Mogila, en la pregunta 23, se nos enseña que Adán y Eva, antes de la caída, contaban con un estado de inocencia en la que ellos no conocían lo que era el pecado porque jamás lo habían cometido. Es decir, eran como niños pequeños que no conocen lo que es bueno y lo que es malo. Ese mismo estado de inocencia que ambos tenían les daba la más perfecta rectitud, un sentido innato de justicia tanto en su voluntad como en su entendimiento. A su vez, tenían un altísimo grado de virtud y honestidad. Además, tenían un conocimiento perfecto de Dios y, a través de Él, un sentido de razón intachable que los permitía controlar sus impulsos y emociones de forma óptima. Adicional a ello, no estaban inclinados al mal. Todo ello se debía a que “fuimos creados a imagen y semejanza de Dios” y el Espíritu del Señor estaba en nosotros (Génesis 1, 27; Génesis 2, 7).

Sin embargo, por elección propia, el ser humano perdió el estado de inocencia que contaba y entraron a un estado de pecado que los privaba de esa perfección que poseían. Ya no actuaban con un sentido innato de justicia, virtud y honestidad de manera sino que fueron privados de la gloria de Dios; su voluntad y razón dejaron de ser perfectas y ahora estaban inclinadas a obrar el mal que hacer el bien o elegir lo correcto [1]. Por último, por causa de su pecado, el Espíritu Santo (el aliento de vida) dejó de actuar en el ser humano y para evitar que viviera eternamente en el pecado, fue expulsado del Edén, convirtiendo al hombre en un ser corruptible a causa de su pecado. Esto por elección propia, ya que dice la Escritura: «Delante del hombre están la vida y la muerte, el bien y el mal; lo que escogiere le será dado» (Sirácida 15, 18). Dios escogió al ser humano para hacerle partícipe de su gloria y darle vida eterna, pero nosotros elegimos alejarnos de Él, y se nos dio lo que escogimos.

En pocas palabras, el ser humano perdió su estado de inocencia para adquirir un estado de pecado que lo privaba de aquello que gozaba antes. [2]

Por tanto, cuando hablamos de “pecado ancestral”, hacemos referencia al estado de pecado que Adán y Eva adquirieron como consecuencia de su transgresión y pérdida de su estado de inocencia. [3] La humanidad, «al estar en Adán y Eva» [4], cayeron junto con ellos y son sujetos de este estado de pecado que la Iglesia llama “pecado ancestral”. Es decir, heredamos el pecado ancestral y se transmite de generación en generación.

¿En qué sentido estábamos “en” Adán y Eva? En un sentido más bien literal, físico, como hemos visto. Adán y Eva, “Los propios seres humanos originales”, “existen en nosotros por necesidad” (San Basilio el Grande). En efecto, todos los hombres, “desde el primero hasta el último, forman un solo cuerpo y una sola vida”, diría San Nicolás Velimirovitch. Por tanto, si ellos están en nosotros, su naturaleza humana pecaminosa también está en nosotros.

El Catecismo de San Pedro Mogila lo explica de la siguiente forma: «Esto (el estado de pecado) es llamado pecado ancestral:

Primero, porque, antes de esto, el ser humano estaba libre de todo pecado; a pesar de que el demonio ya estaba corrompido y había caído, y por cuya tentación este pecado ancestral brincó al hombre y Adán se volvió sujeto a él [5], y todos nosotros que descendemos de él, también caímos.

Segundo, porque la humanidad está atrapada en el pecado». [6]

Esto quiere decir que es correcto afirmar que el pecado ancestral es heredado, y es una creencia sostenida por la Iglesia Ortodoxa.

Sin embargo, y hay que aclarar este punto, no es la responsabilidad personal por el pecado personal de Adán lo que se hereda ya que la acción de Adán y Eva fue cometida por ellos, no por nosotros que no existíamos. Lo que heredamos todos los que tenemos la misma naturaleza humana de Adán y Eva es un estado de pecado, el mismo que hemos hablado anteriormente de manera extensa. San Simeón el Nuevo Teólogo, acerca de esta doctrina, comenta lo siguiente:

«La naturaleza humana es pecadora desde su misma concepción. Dios no creó al hombre pecador, sino puro y santo. Pero como el primer Adán creado perdió esta vestidura de santidad, no por otro pecado que el de la soberbia, y se hizo corruptible y mortal, también todos los hombres que proceden de la semilla de Adán son partícipes del pecado ancestral desde su misma concepción y nacimiento. Quien ha nacido así, aunque no haya realizado todavía ningún pecado personal, ya es pecador por este pecado ancestral». [7]

San Nicolás Velimirovitch afirmaría, del mismo modo, que la humanidad (al heredar la misma naturaleza de Adán y Eva), hereda también el pecado ancestral. [8] San Filaret de Moscú mencionaría lo mismo en su Catecismo. [9]

Hasta este punto, Romanides y sus simpatizantes afirmarán lo siguiente: «No negamos que la humanidad sufra por el pecado de Adán, pero no podemos aceptar que hereden su pecado. Más bien, heredan, no el pecado en sí, sino su consecuencia. Es decir, la muerte. Es por la misma muerte que el pecado entra a la humanidad ya que el ser humano siempre vivirá asustado con el fin de su vida, y preferirá distraerse en los placeres de la vida. Eso mismo lo enseña San Pablo en Romanos 5, 12. Si el hombre heredara el pecado de Adán, la Escritura se contradice ya que se establece que nadie puede heredar el pecado de otro y Dios sería injusto al imputarnos un acto que no hemos cometido. Solo los calvinistas afirman tal cosa con su “depravación total”». Así pues, según Romanides y sus seguidores, nosotros no heredamos el pecado de Adán y Eva de ninguna manera, sino sólo la muerte, incluido el proceso de corrupción y envejecimiento que lleva a la muerte. De ello se desprende que para él todo ser humano nace en completa inocencia al igual que Adán y Eva, y sólo se convierte en pecador más tarde a causa de su eterno recordatorio de la muerte. Citando al mismo Romanides: “Los Padres subrayan que todo hombre nace como lo hicieron Adán y Eva. Y todo hombre pasa por la misma caída. El oscurecimiento de la mente le ocurre a todos. En el embrión, donde existe la mente [nous] del hombre, aún no está oscurecida. Todo hombre sufre la caída de Adán y Eva a causa del entorno”.

A primera vista, parecería que tienen razón (y es por eso que muchos incautos caen en estas ideas), pero lo cierto es que Romanides solo se va por la tangente. En realidad, existe una distinción entre «pecado personal» y «estado de pecado». Esta última es la que todos los seres humanos heredamos de Adán y Eva ya que compartimos la misma naturaleza suya y ellos, al haber adquirido un estado de pecado y haber perdido el estado de inocencia con la que fueron creados, nos la transmitieron a todos. Es por eso que el pecado ancestral puede ser comparado como una enfermedad de la naturaleza humana que se transmite de generación en generación. El pecado personal no puede ser transferido a otro ser humano, y claro, el acto de desobediencia de Adán quedó en él, pero el estado de pecaminosidad de la naturaleza sí puede heredarse porque se trata de una condición. Si Adán y Eva no hubieran pecado, hubiéramos heredado el estado de inocencia con el que fueron creados. [10]

Para comprender aún más el tema, el Arzobispo Teófano de Poltava de, en su artículo “La Enseñanza Patrística del Pecado Original”, explica cómo debe de entenderse la doctrina del pecado ancestral con base a lo que enseña San Pablo en Romanos 5, 12 de la siguiente forma:

«San Pablo distingue claramente en su enseñanza sobre el pecado original dos puntos: παραπτωμα o transgresión, y αμαρτια o pecado. Por el primero entiende la transgresión personal por parte de nuestros antepasados de la voluntad de Dios de que no comieran el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, por el segundo — la ley del desorden pecaminoso que entró en la naturaleza humana como consecuencia de esta transgresión. Cuando habla de la herencia del pecado original, tiene en mente no la παραπτωμα o transgresión, de la que sólo ellos son responsables, sino la αμαρτια, es decir, la ley del desorden pecaminoso que afligió a la naturaleza humana como consecuencia de la caída en el pecado de nuestros antepasados. Y ημαρτον — ‘pecaron’ en Romanos 5.12 debe entenderse, por tanto, no en voz activa, en el sentido: ‘cometieron pecado’, sino en voz medio-pasiva, en el sentido: αμαρτωλοι en 5.19, es decir, ‘se convirtieron en pecadores’ o ‘resultaron ser pecadores’, ya que la naturaleza humana cayó en Adán» [11]

Así pues, el pecado ancestral de Adán, en el sentido de su transgresión personal y que ninguna otra persona comparte o es culpable, ha contamidado la naturaleza humana convirtiéndola en pecaminosa, corrupta, enferma, mortal y bajo la ley del pecado. Todos la compartimos porque todos la hemos heredado al compartir la misma naturaleza humana, pero de la que no somos culpables ya que no podemos ser considerados personalmente responsables de ella. Y si esto parece introducir dos pecados originales (es decir, el acto de Adán y el estado de pecado), tal es de hecho la enseñanza de los Santos Padres y de la Iglesia Ortodoxa.

San Cirilo de Alejandría, en sus comentarios acerca de la carta del apóstol San Pablo a los Romanos, menciona lo siguiente: «[el pecado ancestral se ha transmitido a la humanidad] no porque pecaron junto con Adán, pues entonces no existían, sino porque tenían la misma naturaleza que Adán, que cayó bajo la ley del pecado». [12]

San Genadio de Constantinopla diría al respecto: «Todos los que descienden de Adán han muerto ya que todos han heredado su naturaleza de él. Pero algunos han muerto porque ellos mismos han pecado, mientras que otros han muerto sólo por la condena de Adán — por ejemplo, los niños». [13]

San Gregorio Palamás, por su parte, enseñaba que: «Antes de Cristo todos compartíamos la misma maldición y condena ancestrales vertidas sobre todos nosotros desde nuestro único Antepasado, como si hubieran brotado de la raíz de la raza humana y fueran la suerte común de nuestra naturaleza. La acción individual de cada persona atraía la reprobación o la alabanza de Dios, pero nadie podía hacer nada contra la maldición y la condena compartidas, ni contra la herencia maligna que le había sido transmitida y que, a través de ella, pasaría a sus descendientes». [14]

El hecho de que el pecado ancestral contamine incluso a los niños es la razón de la práctica del bautismo de niños en la Iglesia. Esta práctica confirma a su vez la doctrina tradicional del pecado ancestral en el seno de la ortodoxia. Así, el Concilio de Cartago del año 252, bajo San Cipriano, decretó:

“(…) no prohibir el bautismo de un niño que, apenas nacido, no ha pecado en nada más que en lo que procede de la carne de Adán. Ha recibido el contagio de la antigua muerte a través de su mismo nacimiento, y llega, por lo tanto, más fácilmente a la recepción de la remisión de los pecados en que no son los suyos sino los de otro los que se remiten”…

El canon 110 del Concilio de Cartago en 419 también decreta lo siguiente:

“El que niega la necesidad de que los niños pequeños y los recién nacidos del seno materno sean bautizados, o el que dice que aunque sean bautizados para la remisión de los pecados no heredan nada del pecado de los antepasados que haga necesario el baño de la regeneración [de lo que se seguiría que la forma del bautismo para la remisión de los pecados se usaría en ellos no en un sentido verdadero, sino falso], que sea anatema. Porque la palabra del apóstol: “Por un solo hombre entró el pecado en el mundo y la muerte entró en todos los hombres por el pecado, pues en él todos pecaron” (Romanos 5.12), no debe entenderse de otro modo que el que siempre ha entendido la Iglesia católica, que se ha derramado y difundido por todas partes. Porque de acuerdo con esta regla de fe, también los niños, que aún no son capaces de cometer ningún pecado, son verdaderamente bautizados para la remisión de los pecados, a fin de que, por medio de la regeneración, queden limpios de todo lo que han adquirido del antiguo nacimiento.”

De ello se deduce que la enseñanza de Romanides sobre el pecado ancestral cae bajo el anatema de la Iglesia Ortodoxa ya que estos cánones fueron recibidos por el Concilio en Trullo, en sus cánones 114, 115 y 116.

La humanidad hereda una naturaleza débil y frágil debido a la enfermedad que le aqueja, el pecado ancestral, y por ello está inclinada al pecado, como también muere. A causa de esto mismo, todos hemos pecado (como diría San Pablo en Romanos 5, 12). De este modo, los errores de Romanides contradicen la enseñanza de las Escrituras, los Santos Padres y la Iglesia. Sus ideas pueden ser descartadas y son heterodoxas.

PECADO ANCESTRAL SEGÚN LA IGLESIA ORTODOXA VS PECADO ORIGINAL SEGÚN LA IGLESIA ROMANA

Romanides, no solo se empeñó en reinterpretar lo que la Iglesia Ortodoxa enseña acerca del pecado ancestral, sino que también utilizó su concepción para crear una distinción inexistente con Roma. Ciertamente nos diferenciamos teológicamente con la Iglesia Católica Romana en muchos puntos, pero no en este en específico. Por el contrario, la única distinción que existe es solo terminológica, pero nunca hubo una disputa real acerca del tema ni tampoco fue causante de cisma. Hay que ser intelectualmente honestos como para crear nociones de lo que enseña otra iglesia sin antes haber revisado el tema con anterioridad.

Con esto en cuenta, y con las definición de pecado ancestral acorde a la Iglesia Ortodoxa, comparémosla con el entendimiento católico romano acerca del tema.

El Catecismo de la Iglesia Católica lo define de la siguiente manera:

«402 Todos los hombres están implicados en el pecado de Adán. San Pablo lo afirma: “Por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores” (Rm 5,19): “Como por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron…” (Rm 5,12). A la universalidad del pecado y de la muerte, el apóstol opone la universalidad de la salvación en Cristo: “Como el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación, así también la obra de justicia de uno solo (la de Cristo) procura a todos una justificación que da la vida” (Rm 5,18).

403 Siguiendo a san Pablo, la Iglesia ha enseñado siempre que la inmensa miseria que oprime a los hombres y su inclinación al mal y a la muerte no son comprensibles sin su conexión con el pecado de Adán y con el hecho de que nos ha transmitido un pecado con que todos nacemos afectados y que es “muerte del alma” (Concilio de Trento: DS 1512). Por esta certeza de fe, la Iglesia concede el Bautismo para la remisión de los pecados incluso a los niños que no han cometido pecado personal (cf. ibíd., DS 1514).

404 ¿Cómo el pecado de Adán vino a ser el pecado de todos sus descendientes? Todo el género humano es en Adán sicut unum corpus unius hominis (“Como el cuerpo único de un único hombre”) (Santo Tomás de Aquino, Quaestiones disputatae de malo, 4,1). Por esta “unidad del género humano”, todos los hombres están implicados en el pecado de Adán, como todos están implicados en la justicia de Cristo. Sin embargo, la transmisión del pecado original es un misterio que no podemos comprender plenamente. Pero sabemos por la Revelación que Adán había recibido la santidad y la justicia originales no para él solo sino para toda la naturaleza humana: cediendo al tentador, Adán y Eva cometen un pecado personal, pero este pecado afecta a la naturaleza humana, que transmitirán en un estado caído (cf. Concilio de Trento: DS 1511–1512). Es un pecado que será transmitido por propagación a toda la humanidad, es decir, por la transmisión de una naturaleza humana privada de la santidad y de la justicia originales. Por eso, el pecado original es llamado “pecado” de manera análoga: es un pecado “contraído”, “no cometido”, un estado y no un acto.

405 Aunque propio de cada uno (cf. ibíd., DS 1513), el pecado original no tiene, en ningún descendiente de Adán, un carácter de falta personal. Es la privación de la santidad y de la justicia originales, pero la naturaleza humana no está totalmente corrompida: está herida en sus propias fuerzas naturales, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al imperio de la muerte e inclinada al pecado (esta inclinación al mal es llamada “concupiscencia”). El Bautismo, dando la vida de la gracia de Cristo, borra el pecado original y devuelve el hombre a Dios, pero las consecuencias para la naturaleza, debilitada e inclinada al mal, persisten en el hombre y lo llaman al combate espiritual.

406 La doctrina de la Iglesia sobre la transmisión del pecado original fue precisada sobre todo en el siglo V, en particular bajo el impulso de la reflexión de san Agustín contra el pelagianismo, y en el siglo XVI, en oposición a la Reforma protestante. Pelagio sostenía que el hombre podía, por la fuerza natural de su voluntad libre, sin la ayuda necesaria de la gracia de Dios, llevar una vida moralmente buena: así reducía la influencia de la falta de Adán a la de un mal ejemplo. Los primeros reformadores protestantes, por el contrario, enseñaban que el hombre estaba radicalmente pervertido y su libertad anulada por el pecado de los orígenes; identificaban el pecado heredado por cada hombre con la tendencia al mal (concupiscentia), que sería insuperable. La Iglesia se pronunció especialmente sobre el sentido del dato revelado respecto al pecado original en el II Concilio de Orange en el año 529 (cf. Concilio de Orange II: DS 371–372) y en el Concilio de Trento, en el año 1546 (cf. Concilio de Trento: DS 1510–1516)». [14]

Luego de analizar lo que Juan Pablo II escribió ahí, y compararlo con lo que la Iglesia Ortodoxa enseña, se puede concluir fácilmente que no hay diferencia real entre lo que enseña Roma y lo que nosotros creemos. Por el contrario, parece una paráfrasis directa de lo que hemos dicho anteriormente. Nuestras discrepancias teológicas no están en este campo sino en otros relacionados a la supremacía papal, la procesión eterna del Espíritu Santo, el purgatorio, etc.

Romanides erra al afirmar que existe una diferencia real, y su pésima exégesis solo es contraria (y un veneno) para la ortodoxia. Crear una distinción inexistente con el catolicismo romano es superflua, especialmente si pretendemos abandonar la doctrina ortodoxa por novedades. San Marcos de Éfeso nos enseña que debemos huir de este tipo de personas.

CONCLUSIONES

“El mal se mezcló con nuestra naturaleza desde el principio (…) a través de aquellos que con su desobediencia introdujeron la enfermedad. Así como en la propagación natural de las especies cada animal engendra su semejante, así el hombre nace del hombre, un ser sujeto a las pasiones de un ser sujeto a las pasiones, un pecador de un pecador. Así, el pecado surge en nosotros al nacer; crece con nosotros y nos hace compañía hasta el término de la vida.” -San Gregorio de Nisa [15]

La transgresión original en la que cayeron Adán y Eva trajeron consigo, no solo la privación de la gracia de Dios sino también la inclinación al pecado y la muerte que la Iglesia ha decidido llamar como «estado de pecaminosidad» [16]. En Adán y Eva toda la humanidad cayó, y al compartir su misma naturaleza debilitada a causa del pecado ancestral, esta se transmitió de generación en generación. Heredamos, pues, el «estado de pecado» que adquirieron (y del que hemos hablado extensamente en el artículo) y no el pecado personal que ellos cometieron. Al contraer esta condición, nos volvemos todos «pecadores», tal cual como lo enseña San Pablo.

La enseñanza de la herencia del pecado ancestral es la base principal de la salvación en Cristo, que es el nuevo Adán y viene a sanar la naturaleza humana y la deifica. Se proclama como una de las doctrinas más importantes de la fe Cristiana Ortodoxa.

REFERENCIAS

[1] Se encuentra en la pregunta 23 del Catecismo de San Pedro Mogila. Este catecismo cuenta con total autoridad en la Iglesia Ortodoxa. De cierto modo, es dogmático al contar con el aval de todas las iglesias y fue aprobado en el Sínodo de Jassy de 1643. Ahí se explica los dos tipos de estado de inocencia y desarrolla cómo la humanidad perdió la inocencia para adquirir el estado de pecado.

[2] Ibid.

[3] A dicho «estado de pecado», lo denomina «pecado ancestral» en la pregunta 24 del Catecismo de San Pedro Mogila.

[4] Ibid.

[5] Ibid.

[6] Ibid.

[7] San Simeón el Nuevo Teólogo, Homilía 37, 3. Recuperado de: The Ancestral Sin and our Regeneration Homily 37 — Orthodox River

[8] San Nicolás Velimirovitch, Catecismo La Fe de los Santos, pregunta 93.

[9] San Filaret de Moscú, El Catecismo Largo de la Iglesia Católica Apostólica Oriental, pregunta 168.

[10] El pecado ancestral es como una enfermedad que ha afectado a la naturaleza humana. Nosotros, al ser homo sapiens sapiens, heredamos esta condición de pecado que se transmite de generación en generación. Es obvio concluir que, si la humanidad nunca hubiera pecado, el «estado de inocencia» con la que fue creado, se hubiera transmitido a sus descendientes.

[11] Arzobispo Teófano, “La Enseñanza Patrística sobre el Pecado Original”, en Russkoe Pravoslavie, № 3 (20), 2000, p. 22.

[12] San Cirilo, Comentario a los Romanos. Tomado de: Inherited Guilt in Ss. Augustine and Cyril — Journal (orthodoxwestblogs.com)

[13] San Genadio, en K. Staab (ed.) Pauline Commentary from the Greek Church: Catena recopilada y editada.

[14] San Gregorio Palamas, Homilía 5: Sobre el encuentro de nuestro Señor, Dios y Salvador Jesucristo.

[15] San Gregorio de Nisa, Sobre las bienaventuranzas, 6

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El diario de San Nicolás Cabasilas

Este blog está dedicado a exponer información histórica y doctrinal de la Iglesia Ortodoxa como también de todos sus santos.